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Felicidad. Meghan mira sonriente a su flamante marido durante el paseo en carruaje por las calles de Windsor tras sus esponsales. AFP
 UN CUENTO DE HADAS

UN CUENTO DE HADAS

El enlace entre el príncipe Enrique y la actriz Meghan Markle, la última y jubilosa boda real británica por muchos años, es aclamado como un triunfo de la mezcla cultural y del amor sin barreras

Domingo, 27 de mayo 2018, 00:49

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AL DETALLE

Todo el mundo quiso asistir

Unos 5.000 periodistas pertenecientes a 80 medios de todo el mundo se acreditaron para cubrir el enlace matrimonial del nieto menor de Isabel II. Fue una boda realmente planetaria.

Era el desenlace deseado: una chica humilde y que ha sufrido conquista el corazón del príncipe

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millones de euros se estima que ha 'movido' la boda. Unos 225 millones atraídos por el turismo, 170 millones en fiestas para celebrar que Enrique y Meghan pasan por el altar, más de 50 millones en el potentísimo 'merchandising' de la releza británica...

Furgoneta 'made in Spain'

Si el resto de la familia real británica tiró de Rolls Royce para llegar a Windsor -la novia se presentó en un fastuoso Phantom IV-, Enrique y su hermano Guillermo eligieron hacerlo con menos relumbrón a bordo de una furgoneta Mercedes fabricada en la planta española de Vitoria.

Enrique es nuestro miembro preferido de la realeza. Guillermo y Catalina son demasiado aburridos. Están en la primera fila y deben cumplir todas las reglas. Enrique es una persona de trato natural, un poco juerguista, participa como su madre en buenas acciones. Meghan ha sufrido desengaños amorosos y tiene el mismo color de piel, es una de los nuestros. Llevamos una botella de champán para la fiesta. Es un bonito día, algo para celebrar».

Lee, de 57 años, hija de padre caribeño y madre inglesa, y Sharon, de 59, hija de ganés e inglesa, caminaban hacia el Long Walk del parque de Windsor a la espera de que comenzase la ceremonia nupcial de Enrique y Meghan Markle y el desfile posterior en coche con caballos, y querían ser parte de la historia. «Fue importante que Barack Obama fuese elegido presidente -decía Lee- y esta boda rompe ahora los viejos protocolos de la sangre azul».

En un jardín del centro de Windsor, entre la gente congregada ante una gran pantalla en la que se transmitía la ceremonia, Robert Prigmore, de 31 años, empleado en un comercio cooperativo, coincidía en que «esta boda es un cambio para los nuevos tiempos. Se ajusta al mundo de hoy».

La pantalla mostraba una ceremonia solemne y bella, en la que se consagró la mezcla cultural con una homilía apasionada sobre el poder del amor pronunciada por el obispo Michael Curry, presidente de la confesión Episcopaliana, la rama de la Iglesia de Inglaterra en Estados Unidos. En ella no faltaron citas a Martin Luther King -«El amor es el único camino»- o al filósofo jesuita Pierre Teilhard de Chardin -«Si los seres humanos somos capaces de recoger la energía del amor, habremos descubierto el fuego por segunda vez en nuestra historia»-, ni tampoco alusiones a la esclavitud -los antepasados de la novia por parte de su madre, Doria Ragland, la sufrieron-, lo que causó cierta perplejidad entre algunos asistentes. Le siguió un coro de gospel interpretando 'Stand by Me'. El violoncelista negro Sheku Kanneh-Mason, de una familia de Nottingham, emocionó a la congregación durante la firma de los testigos.

Era el desenlace de un cuento de hadas, un género de tradición inmemorial que protagoniza una chica humilde y que ha conocido el sufrimiento conquistando el corazón de un príncipe. La modista americana Misha Nonoo, que estuvo casada con un alumno contemporáneo de Enrique en el colegio de Eton, y la relaciones públicas Violet von Westenholf, hija de un barón amigo de Carlos de Gales, comparten el papel de hadas madrinas por organizar hace dos años la cita a ciegas de la hija de un matrimonio roto y actriz divorciada con el príncipe Enrique.

Desgarros

Pero la protagonista de los cuentos es bella porque sus rivales son feos. No existe la bondad sin contraste con la maldad. Aunque sin zapatos de cristal, Meghan tiene, como Cenicienta, una hermanastra y un hermanastro que quizás por envidia han intentado arruinar su sueño calificándola de indigna de tales honores. Su padre, Thomas, no acudió a la boda porque está hospitalizado como consecuencia de un infarto que achaca a los avatares de las últimas semanas.

El príncipe Carlos tuvo que sustituirlo ayer en el acompañamiento de la novia por el pasillo de la capilla de San Jorge hasta dejarla junto a su hijo. Había consultado la idoneidad de la sustitución el jueves con la madre de Meghan, Doria, instructora de yoga y asistente social hasta esta semana, la única familiar presente en la iglesia. Lo nuevo en este desgarro familiar en una boda monárquica es que conocemos los detalles porque los protagonistas exhiben sus vidas en la prensa de famosos o en cuentas de Instagram.

En 1947, la reina Isabel contrajo matrimonio en la abadía de Westminster con Felipe, alférez de navío con apellido prestado, Mountbatten, hijo de una familia real greco-danesa sin corona. Sus tres hermanas no fueron invitadas porque se casaron con simpatizantes del nazismo. Su madre, Alicia, posó en la foto familiar de la boda. Padecía esquizofrenia y se separó pronto de un marido golfo y despilfarrador.

Si en aquella boda real, que ha sostenido la monarquía más longeva, el apuesto novio era rescatado por la princesa y no al revés, con el enlace entre su primogénito, Carlos, y la joven Diana se regresó al patrón de los cuentos morales para niños, pero los Spencer eran cortesanos establecidos. No se conoció entonces el sufrimiento intramuros, que ella quiso cancelar unos días antes la esplendorosa boda en la catedral de San Pablo.

Entre los invitados, la madre de ella, Frances, perdió la custodia de sus hijos por su reconocido adulterio. Estaba también su madrastra, Raine, plusmarquista mundial de todo lo cursi, a quien la adolescente Diana habría empujado escaleras abajo. En Windsor también, aunque en el salón municipal a las puertas del castillo, se casaron en segundas nupcias, en 2005, Carlos de Gales y Camilla, cuya biografía sentimental no encaja en el mundo que habitan las hadas.

Su complicado amor, el daño a Diana y los divorcios de tres hijos de la reina rasgaron las ilusiones que inspira la familia real hasta que Guillermo cruzó su linaje con la Casa de Middleton. El júbilo de los congregados en el parque de St. James para vitorear, en 2011, el paso del carruaje que llevó a Guillermo y Catalina de la abadía de Westminster al palacio de Buckingham conmovió incluso a un caballo que descabalgó a su jinete de la Guardia Real y galopó brioso hasta el palacio.

Nuevas ilusiones

La Casa de Windsor ofrecía al fin juventud, belleza, amor presente y para el futuro. A Guillermo y Enrique les protege además la simpatía que convocan los huérfanos. Su desfile tras el féretro de su madre -el uno cabizbajo, el otro firme y aturdido a sus 12 años- permanece en la retina de los que siguieron aquel extraordinario duelo. Sus pasos son observados bajo la luz proyectada por Diana.

Sus matrimonios por amor -«luces maravillosa, soy tan afortunado...», dijo Enrique a Meghan ayer al unirse ante el altar- se adjudican también al espíritu de Diana. Puede ser exagerado. Solo gente obcecada con una versión sesgada de la tradición pudo poner reparos al matrimonio del príncipe Guillermo con una compañera de estudios, de una familia de clase media, cuando las casas reales europeas han abandonado una tras otra las bodas como cadenas de legitimidad aristocrática.

La personalidad de Enrique prometía más osadía. En Meghan Markle encontró a su amante y Cenicienta, una actriz americana. No partirán aún de luna de miel. Cumplirán antes con la agenda de actos protocolarios y visitas en las que la ahora duquesa de Sussex toca y abraza a los británicos. Ninguno se ha quejado. Su bella piel de mestiza no inquieta hoy salvo a los que se sienten muy perdidos.

«Que no parezca que actúes»

Patrick Jephson, cuya carta de dimisión como secretario privado guardó Diana hasta el día de su muerte en el arcón de sus documentos y objetos más confidenciales, escribió hace unos días una carta pública a Meghan aconsejándole que «nunca parezca que estás actuando». El 'Daily Mail' la ilustró con una foto en la que Markle, en un acto público, compone una mueca de dolor o compasión que parece forzada.

Ayer, desde el carruaje descubierto, saludó con giros mecánicos y poco naturales hacia uno y otro lado del sendero en el que se agolpaban miles de personas para saludar jubilosas a la pareja. Se ha unido a una familia real de profesionales consumados de la representación ritual, en todo tipo de circunstancias. Encontrar los matices de su gestualidad, moderna, tradicional y 'british', es el papel de su vida, para toda su vida.

La duquesa de Sussex tiene 36 años y su marido, Enrique, 33. Esta será la última boda real con este rango en muchos años. Ahora les llega la inmersión en la vida matrimonial cotidiana, la posibilidad de tener hijos, el envejecimiento paulatino ejerciendo las tareas que se encomiendan a los que ocupan un lugar subalterno en la línea de sucesión.

Robert Prigmore, de la generación del príncipe, había acudido a Windsor para estar presente en una boda contemporánea de la familia real británica y con una audiencia universal. «La reina ha trabajado mucho a lo largo de su reinado y espero que su hijo, Guillermo, continúe ese papel, dedicando su vida de la misma manera», decía. ¿Qué papel desempeñarán Enrique y Meghan? «No lo sé», respondía.

MEGHAN

Una chica lista

Dicen quienes la conocen que Meghan será la esposa perfecta porque muy pocos podrían desempeñar como ella el papel de princesa. Eso, y que poco importará que haya crecido en una familia desestructurada, con hermanos que no tienen ningún problema en mostrar lo mucho que la detestan, o que su madre sea negra. Tampoco que haya estado casada dos años con el productor cinematográfico Trevor Engelson. La actriz californiana, aseguran, es sobre todas las cosas una chica lista. Editora de 'The Tig', un sitio web de estilo de vida dedicado a replantear el contenido de belleza para incluir piezas de reflexión sobre el auto-empoderamiento, orgullosa de sus orígenes, capaz de hacerse un hueco en el complicado mundo del cine y acostumbrada a vivir asediada por la prensa, parece la esposa perfecta para el joven príncipe.

Con este anillo, yo te desposo...»

Enrique coloca la alianza a Meghan, una joya diseñada con oro de Gales por la joyería Cleve & Company. El príncipe se puso a sí mismo su anillo, confeccionado en platino, ante el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de la Iglesia de Inglaterra.

ENRIQUE

El príncipe rebelde

Es posible que alguno aún lo recuerde dando tumbos con el vaso en la mano o incluso disfrazado de nazi, pero hace ya mucho tiempo que el príncipe rebelde dejó de serlo, superó sus penas y se convirtió en un hombre hecho y derecho. El nieto favorito de la reina Isabel II nunca ha ocultado que le ha costado encontrar su sitio. Quedarse sin madre a los doce años y vivir en una familia tan especial como la suya no se lo puso fácil. El hijo pequeño de la princesa Diana sufrió varias crisis nerviosas y necesitó terapia para sobrellevar el dolor. Sin embargo, su desembarco en el ejército, su presencia en primera línea en Afganistán y su empeño en volcarse en multitud de causas benéficas le dieron la paz que buscaba y que ahora parece dispuesto a apuntalar junto a su flamante esposa. Quienes le conocen aseguran que nunca le han visto tan feliz.

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