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Los zares del sur

GUILLERMO ELEJABEITIA

Domingo, 19 de febrero 2017, 23:43

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Cuando está a punto de cumplirse un siglo desde que la Revolución Bolchevique puso fin a tres siglos de autocracia en Rusia, el imperio de los zares resucita confinado en un puñado de diminutas islas desiertas al sur del Pacífico. Un descendiente de los Romanov, el autoproclamado Nicolas III, se ha erigido en cabeza de un microestado que se dice heredero del antiguo Imperio Ruso. Todavía no ha sido reconocido por ningún país del mundo, pero su fundador, un empresario turístico de ideas monárquicas, prepara una inversión de 350 millones para convertir el remoto archipiélago en «las nuevas Maldivas».

Antón Bakov, un hombre de negocios con intereses en el sector hotelero y presidente del Partido Monárquico de Rusia, compró en 2011 el diminuto atolón Suwarrow, en el extremo norte de las Islas Cook, y lo declaró de forma unilateral capital del Nuevo Imperio Ruso. Sostiene que forma parte de un ramillete de posesiones descubiertas por marineros rusos en el siglo XIX que fueron abandonadas tras la revolución.

El aspirante a Estado soberano se define como una monarquía constitucional federal que difiere poco del régimen que encabezaron los descendientes de Pedro I el Grande hasta Nicolás II. El emperador mantiene un poder autocrático supremo, la iniciativa legislativa y la jefatura de su inexistente ejército. En un primer momento, Bakov se nombró a sí mismo primer ministro y dejó el trono vacante, mientras buscaba candidatos entre los restos del maltrecho árbol genealógico de los Romanov.

Lo encontró en 2013 en el príncipe alemán Karl Emich de Leiningen, emparentado con la dinastía rusa y con los Hannover. Su padre le había desheredado después de que en 1991 contrajera matrimonio en segundas nupcias con Gabriele Thyssen, la que años después se convertiría en la Begum Inaara al casarse con el Aga Khan. Las normas de la familia solo les permiten casarse con aristócratas de rango equivalente. Desposeído de sus títulos, no dudó en aceptar la oferta de Bakov. Se convirtió al cristianismo ortodoxo y adoptó el nombre de Nikolai Kirillovich.

Pompa y boato

Con Karl convertido en zar bajo el nombre de Nicolás III y la condesa Isabelle von Egloffstein, su tercera esposa, como zarina, el primer ministro ascendió a archicanciller del monarca y se dedicó a la tarea de dibujar la arquitectura del nuevo Estado. En el Consejo de Ministros, junto a los titulares de Hacienda o Asuntos Exteriores, se sientan los ministros del Pan y la Tierra o el de la Corte Imperial. Aunque apenas tiene súbditos, la nueva Rusia zarista no renuncia a la pompa de la realeza. Ha escogido como emblema una revisión del águila bicéfala de los Romanov y el pasado mes de octubre ofreció una cena de gala para el vicepresidente de la vecina república del Kiribati.

Acuña moneda y expide pasaportes que pueden solicitarse en el 'Estado virtual del Imperio Ruso', que no es otra cosa que una rudimentaria página web propagandística. Afirman que son aceptados en la Unión Europea y permiten moverse por el espacio Schengen, pero sólo si estan acompañados de otro salvoconducto. Envió uno a Eduard Snowden cuando se convirtió en prófugo de los Estados Unidos tras la filtración masiva de documentos secretos.

Consciente de moverse en arenas movedizas dentro del derecho internacional, en 2014 Bakov reformuló la estructura del reino, que pasó a llamarse Estado Soberano Sede Imperial y reclamó un estatus análogo al de la Santa Sede. Poco después compró una parcela de 38 hectáreas -el doble de la superficie del Vaticano- en Montenegro e inició negociaciones para que el país balcánico la reconociera como sede del Imperio. No prosperó.

Pero no conviene olvidar que bajo el ampuloso título de archicanciller se esconde un hombre de negocios. Acaba de recabar el apoyo de cinco multimillonarios rusos para adquirir otras tres islas en Kiribati sobre las que asentar un emporio hotelero. Con una inversión estimada de 350 millones de euros, pretende construir un aeropuerto privado, un puerto deportivo y cuatro complejos de bungalows en un entorno paradisiaco. Las ventajas fiscales que ofrece serían otro aliciente para atraer nuevos súbditos. Puede que nunca llegue a recuperar el esplendor de la corte de los zares, pero sobre sus cenizas se propone construir un pequeño imperio dedicado al capital.

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