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Dos jóvenes viajan en tren por Europa. El año pasado un cuarto de millón de europeos utilizaron la fórmula de Interrail.:: r. c.
Un viaje alucinante

Un viaje alucinante

IRMA CUESTA

Martes, 11 de octubre 2016, 23:43

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Para Manfred Weber, el poderoso presidente del grupo parlamentario conservador europeo, aquel viaje por el Viejo Continente cuando aún era un chaval que ni en sueños imaginaba que algún día ocuparía un lugar prominente en el nutrido gobierno de la Unión Europea, se convirtió en una suerte de revelación. Aquel trayecto en tren, sorteando fronteras y descubriendo a los variopintos vecinos de los lugares en que paraba, hizo de él un tipo valiente y un europeísta convencido. Tanto que, dos décadas después, este bávaro de 44 años se ha convertido en la voz que, en ese afán por cohesionar una UE que se desinfla a golpe de abandonos, crisis económicas y migratorias y amenazas terroristas, defiende una propuesta que atesora tantas voces críticas como seguidores: aprovechar el 18 cumpleaños de los jóvenes europeos para regalarles un billete de Interrail.

De que esa especie de viaje iniciático tiene un ejército enorme de adeptos da idea el hecho de que, cada año, cerca de 300.000 personas se embarquen en una aventura que permite recorrer hasta 250.000 kilómetros y atravesar 30 países por la módica cantidad de 479 euros (puede ser menos, todo depende del tiempo que uno esté dispuesto a invertir y la distancia que quiera recorrer).

Han pasado 44 años desde que, en 1972, aprovechando la celebración de su cincuenta aniversario, la Unión Internacional de Ferrocarriles ideó la forma de sumar un buen número de viajeros a su cuenta de resultados apuntalando la idea de una Europa sin fronteras abierta a sus convecinos. Más de cuatro décadas en las que la fórmula, variando algún detalle como la actualización de los precios y la ampliación de la edad de los usuarios o el tipo de paquetes ofertados, se ha mantenido fiel a sí misma.

«Nos costó 32.000 pesetas»

María Alvera hizo el viaje en 1987. Por aquel entonces tenía 20 años y una amiga con las mismas ganas que ella de subirse a aquel tren en busca de aventuras. «Nos costó unas 32.000 pesetas (200 euros) y dedicamos al viaje un mes entero. Yo ya era 'europeísta' antes de iniciarlo y, como por San Sebastián pasan montones de turistas extranjeros, viajamos visitando a nuestros amigos y alojándonos en sus casas para que nos costara menos», recuerda sin esconder que lo hace loca de nostalgia. María estuvo en París, La Haya, Gouda (Países Bajos), Estocolmo, Eskilstuna (Suecia) y Frankfurt antes de volver a casa. «Fue un viaje alucinante. A esa edad crees que siempre podrás seguir viajando al mismo ritmo y sin que te importen las incomodidades, pero no es cierto. Todo era muy precario, no teníamos un duro, pero nos lo pasamos bien, vimos sitios preciosos, comimos cosas curiosísimas (probé hace casi 30 años las albóndigas con mermelada que Ikea puso de moda después) y conocimos gente con la que aún seguimos manteniendo contacto. Por eso me encanta la idea de regalar un billete de Interrail a todos los jóvenes de 18 años».

Ella es de los que creen que la imagen negativa de Europa que tienen muchos españoles (Merkel nos roba, etc, etc,) se podría corregir si la gente viajara algo más, y que la iniciativa del Grupo Popular Europeo merece la pena. Justo lo contrario de quienes ven en la propuesta un lujo asiático inalcanzable para una comunidad política en la que conviven cuatro países con una tasa de paro juvenil superior al 40%.

Y es que, asumiendo que entre el 50 y el 70% de los 5,4 millones de dieciochoañeros que viven en la Unión Europea se apuntaran, el antídoto contra la desilusión podría costar 1.500 millones anuales. Mucho dinero para quienes están hartos de escuchar que hay que apretarse el cinturón.

Tampoco la santanderina Carmen Camus, que este año cumple 21 y acaba de volver de un Interrail que la llevó a conocer Francia, Suiza, Austria, Hungría, Eslovenia e Italia, lo ve muy factible. «Desde luego, se lo recomendaría a todo el mundo. Es una forma perfecta de conocer gente distinta y vivir nuevas experiencias, pero no estoy segura de que el dinero deba gastarse en eso en vez de emplearlo en otras cosas más importantes».

Lo que nadie discute es que la idea de la Unión Internacional de Ferrocarriles ha sido un éxito. Jaime de la Morena, responsable de su comercialización en Renfe, apunta que en 2015 se vendieron en España 18.156 pases, un 19,6% más que el año anterior. También que con el tiempo se ha ido adaptando a la realidad social aumentado el límite de edad, que inicialmente era de 21 años, abriendo la oferta a cualquier ciudadano, e incluso favoreciendo los desplazamientos en familia. «Los viajeros de Interrail hace tiempo que no son solo los mochileros jóvenes que todos tenemos en mente. Una familia puede viajar con dos niños por adulto gratis por Europa con el mismo espíritu aventurero e, incluso, hay opciones para seniors», dice, explicando que la propuesta del Grupo Popular Europeo ha sido objeto de análisis por las compañías ferroviarias en los últimos meses y que ahora se mantienen a la espera de acontecimientos. También que para Renfe es más importante la recepción de viajeros que la venta de billetes -España es uno de los destinos más demandados, especialmente cuando el viajero solo pretende moverse por un país-, y que, aunque los últimos atentados y la crisis de los refugiados han influido en los potenciales viajeros y afectado a la movilidad, aquí se mantiene la venta de entre 15.000 y 18.000 billetes anuales.

De la Morena ha hecho Interrail en más de una ocasión, y aunque en su caso la oportunidad de viajar por Europa en tren surgió mucho después de los 18, asegura que sigue siendo igual de interesante.

Agotador, cutre... maravilloso

Al cántabro Carlos Vela, que ha viajado por tres continentes y visitado una veintena de países atesorando imborrables recuerdos y, sobre todo, grandes amistades, le pareció una experiencia única. «Mentiría si dijera que ha sido el mejor viaje, pero no si digo que está entre los mejores y que lo conservo en mi cuaderno de bitácora con especial cariño. Poco planificado, estresante, agotador y cutre, sí, bastante cutre, mi viaje a Europa en el Interrail del año 1991 fue, sin embargo, una experiencia vital que gana con el paso y el peso de los años», dice, recordando que invirtió una fortuna en comprarse aquel billete (15.000 pesetas, si su memoria no le falla), comió poco y mal, durmió menos y peor, y tan pronto cogió un resfriado como una insolación. «Aún así, el viaje que empecé en Hendaya con la idea de llegar a Suecia, y que hice en compañía de mis dos mejores amigos, me regaló la llave con la que abrí la puerta de una Europa para mí desconocida, que nada tenía que ver con la que yo me había imaginado. No olvido el fuerte impacto que me produjo la enorme diversidad social, cultural y lingüística que me encontré durante el trayecto. En aquel viaje en el que no solo conocí mundo, también lo que realmente significa la palabra amistad».

Su testimonio bien podría incluirse en la publicidad de Renfe. También es probable que algo de eso sea lo que Manfred Weber incluya en su discurso.

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