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TEXTO: ANTONIO CORBILLÓN y FOTOGRAFÍA: JEAN-PHILIPPE KSIAZEK/AFP
Domingo, 25 de septiembre 2016, 00:21
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Un tipo que atendía por subcomandante Marcos decidió un día taparse el rostro para que le vieran y guardar silencio para que le escucharan. Su grito sordo y sin cara se perdió en la Selva Lacandona de Chiapas (México). En Francia luchan para que no ocurra lo mismo. La vuelta al 'cole' de la vida en general ha incluido en el calendario de las rutinas del país vecino una nueva oleada de protestas contra la reforma laboral que capitanea su primer ministro, el catalano-galo Manuel Valls. El pulso entre Gobierno y sindicatos arrancó en febrero y esta semana vivió su 14 jornada de manifestaciones por todo el país. El poderío del sindicalismo francés, que no se detuvo ni en la Eurocopa de fútbol de junio, ni en Roland Garros en julio, logró algunas matizaciones al texto del Gobierno socialista de Hollande, que pretende convertir los convenios colectivos sectoriales en una antigualla.
Estos días, Valls anuncia que se acabó el pulso y que va a usar un artículo de la Constitución (el 49.3) que le permite imponer normas sin que las vote la Asamblea Nacional. A la Francia que tiene enfrente, racionalista y reina de las artes de calle, solo le queda taparse la boca y vestirse de payaso.
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