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EL CANDELABRO

FESTIVAL

ARANTZA FURUNDARENA

Miércoles, 27 de mayo 2015, 23:53

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A los que se nos cayeron los dientes de leche en una época en la que el festival de Eurovisión se veía en blanco y negro, y su careta era una especie de carta de ajuste, nos da pena comprobar hasta qué punto hemos perdido la inocencia, eurovisivamente hablando. En aquel tiempo, en nuestros aparatos nevaba en julio y agosto. Pero no gracias a los efectos especiales sino por culpa de una desconexión momentánea que casi siempre se subsanaba con un par de manotazos. A Eurovisión acudía gente normal, vestida normal y que cantaba normal. Para alzarse con el triunfo, Massiel no tuvo que machacarse en el gimnasio, cambiarse siete veces de ropa ni dejarse barba. Le bastó con ponerse un sencillo vestidito de piqué y echarle ganas. Aquellos eran tiempos. Las canciones las escuchábamos por primera vez según las iban defendiendo los cantantes, pero al día siguiente los pequeños eurofans del pleistoceno televisivo ya éramos capaces de reproducirlas a nuestro aire. Recuerdo versiones 'anglofonéticas' de 'Marionetas en la cuerda' y de 'Congratulations' que habrían hecho retorcerse en su tumba al propio Shakespeare. Hoy en cambio para cuando de verdad llega el festival has oído tantas veces los temas a concurso que ya no sabes si son los de este año o los del anterior. Nos han pasado tantas imágenes de los ensayos de Edurne que es como si ya la hubiéramos visto actuar. Cuando por fin aparezca sobre el escenario este sábado nos va a sonar a 'déjà vu'. Antes los cantantes iban acompañados por un coro y como mucho por algún bailarín. Ahora acuden pertrechados por un equipo de 'coaches', publicistas, diseñadores, estilistas, coreógrafos, foniatras... Y para la puesta en escena necesitan a Ridley Scott. Se les exige más potencia de voz que a la Callas y la flexibilidad de un Nureyev. Y temple para atender veinte ruedas de prensa... Qué quieren, frente a estos superhéroes de plexiglás, yo añoro la insolencia charcutera de Massiel.

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