COCODRILOS

Me acaba de dar un 'Joaquín Sabina': una irrefrenable necesidad de decir lo primero que me venga a la cabeza... Y lo primero que me viene es que Mónica Naranjo se ha pasado varios pueblos al criticar al cantante. Vaya por delante que me cae muy bien la Naranjo (sobre todo, como entrevistada) y que aunque me gustan muchísimo algunas canciones de Sabina no me cuento entre sus fans más rendidas e incondicionales. Pero al César lo que es del César. No creo que el pobre Joaquín haya hecho nada malo al confesar en público, al borde del llanto (y tras más de hora y media de concierto) que se encontraba mal, que sentía una especie de pánico escénico. Ni creo que haya cometido un error ni haya proferido un insulto al bautizar ese atenazante síndrome con el nombre de Pastora Soler, una artista que también ha tenido el pundonor, el valor y la sinceridad de confesar su terror al directo. Tener miedo a salir a escena no solo no es malo sino que es imprescindible en alguien que de verdad ama su profesión. Esa tensión es hija de la responsabilidad. Lo contrario (pisar el escenario como quien pisa el salón de su casa), sí que sería un tongo. No hay un artista serio en el mundo que antes de enfrentarse a su público no sienta las famosas mariposas en el estómago. Claro que el problema de Pastora y de Joaquín es que esas mariposas han mutado en cocodrilos... Y que con la experiencia de Sabina ese pavor suena tan anacrónico y juvenil como la varicela de Angelina Jolie. Pero rajarse es humano. Hasta José Tomás, el ídolo del cantante, ha dado alguna 'espantá'. Además, Sabina tiene a sus espaldas 65 años y quinientas mil noches (como poco) y es normal que le pesen los kilómetros... No lo estoy jubilando, pero después de habernos hecho tan felices tantos años tampoco creo que tenga ya nada que demostrar. Espero y deseo que esta noche a Sabina no le dé otro 'Pastora Soler'. Ahora, sinceramente, tampoco le veo como para un 'Charles Aznavour'.