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ADOLFO LORENTE
Viernes, 12 de febrero 2016, 00:58
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La consigna política era clara. Nada de alarmismos y sí, por contra, abundantes dosis de confianza ante el tsunami financiero de inciertas consecuencias que desde hace varias semanas sacude al mundo en gerenal y a la Eurozona en particular. «No se pueden sacar conclusiones estructurales de la volatilidad de las últimas semanas», recalcó ayer en Bruselas el presidente del consejo de ministros de Finanzas del euro, Jeroen Dijsselbloem, quien aseguró que «estructuralmente estamos mucho mejor de lo que lo estábamos hace unos años gracias a proyectos como la unión bancaria». Eso sí, preguntado por las dudas del gigante alemán Deutsche Bank, eludió mojarse matizando que no iba a pronunciarse sobre casos individuales. Lo que sí reiteró es la «necesidad de seguir con las reformas estructurales y una senda fiscal sostenible».
Lo hizo en el Eurogrupo, en un sanedrín que es sinónimo de problemas. No levanta cabeza. Porque ahora, cuando sólo debería hablar de crecimiento y recuperación tras conseguir anestesiar la secular crisis griega (volverá a despertarse, al tiempo), surgen problemas como el de Portugal, la incertidumbre política española y los temores a sufrir otra galopante recesión con epicentro en el sector bancario de países clave como Alemania o Italia. Vuelven los problemas. En Bruselas no hay tregua.
Ya sea por esa sensación política de agotamiento de superar crisis tras crisis, ya sea por análisis puramente técnicos, lo cierto es que ninguno de los primeros espadas económicos de los Diecinueve mostró especial preocupación a lo que está ocurriendo. Hay inquietud, obvio, pero ni mucho menos pánico, o eso es lo que ayer se quiso trasladar.
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