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Monopoly de bancarrotas mundiales

Los países en quiebra tragan con corralitos, como Grecia, precios disparados y más empobrecimiento para intentar salir a flote

JOSÉ M. CAMARERO

Domingo, 5 de julio 2015, 00:27

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En el juego del Monopoly, si un participante se declara en bancarrota, agobiado por todas sus deudas, puede volver a empezar la partida desde cero. Este sencillo paso sobre el tablero se convierte en un complicado periplo si lo que quiebra es un país, aunque también se puede reenganchar. La declaración de insolvencia, aun con sus durezas, es el paso que han tenido que dar muchos países en los últimos años, décadas y hasta siglos para hacer frente a una deuda imposible de asumir. Si finalmente Grecia se ve abocada a esta situación tiene otros muchos ejemplos en los que mirarse, y siempre aparecen elementos comunes: quitas, devaluación de la moneda, desempleo y pobreza, al menos durante los primeros años. «La 'ventaja' de la quiebra de un país frente a la de una empresa es que no se le puede exigir que responda con su patrimonio», explica Antonio Pedraza, presidente de la comisión financiera del Consejo de Economistas. Y ese factor les permite volver a arrancar, con mayor o menor facilidad, dependiendo de las características de su economía.

Porque nada tiene que ver la bancarrota de Argentina que la última de Islandia e incluso a las de partes de un país como Estados Unidos, con California (en 2011) o la inminente de Puerto Rico. Ni con las de otras economías latinoamericanas como Brasil, las del continente africano (Zimbabue, Sudán o Somalia son ya estados fallidos para el Fondo Monetario Internacional), o las del sudeste asiático (Camboya incluida). Ni siquiera con la que atravesó Rusia en el fatídico año 1998.

Los rusos apostaron por la reestructuración de su deuda pública, un paso casi obligatorio para cualquier país que entre en quiebra. Así lo recuerda Jorge Soley, profesor de Iese: «Cuando un país no cuenta con fuentes de financiación, normalmente se plantea una quita y se modifican las condiciones de sus deuda». Todas las economías mundiales que han pasado por este trago así lo han hecho. «En Rusia se aplicó un descuento del 80%», explica Robert Tornabell, profesor de Esade. A partir de ese momento, su divisa -el rublo- también quebró intencionadamente; comenzaron a exportar con precios muy baratos; y salieron adelante. Hasta esa crisis, «el rublo había estado muy vinculado al dólar, pero rompieron esta unión y, después de unas medidas de ajuste terribles impuestas por el FMI, aprendieron la lección de que no podían estar emparejados al dólar por los riesgos que corrían». Ahora, su moneda fluctúa de forma libre.

Pero para poner su contador a cero, otros países no lo han tenido tan 'fácil' como la potencia rusa. Argentina (en 2001) y Brasil (a mediados de los 80) recurrieron a una devaluación profunda y, sobre todo, continua, de sus divisas. Y, con ello, se vieron abocados a la hiperinflación. «Era la única forma que tenían de salir de la crisis, depreciando sus monedas y con los precios elevadísimos», recuerda Robert Tornabell. Los argentinos llegaron a soportar una inflación del 1.000% y en Brasil «hasta el 20.000%», indica. Los precios estaban tan disparados que los consumidores corrían desde las estanterías de los supermercados hasta las líneas de caja para evitar que subiera el coste del producto que iban a adquirir en apenas unos segundos. Con una inflación tan galopante, pensionistas y funcionarios fueron los primeros grupos sociales que notaron las secuelas de la bancarrota de sus países. Detrás de ellos, el resto de ciudadanos, más empobrecidos, y las empresas, sin opción a prosperar. Muchas de estas economías en quiebra se han ido recuperando «porque la inflación lo paga todo», indica Tornabell, aunque recuerda «el paro terrible y la pobreza» que se generaron entre muchos países latinoamericanos.

La posibilidad de jugar con sus monedas para devaluarlas es la herramienta que tendría Grecia si sale del euro. «Estos procesos llevan aparejado una depreciación de las divisas de hasta el 60%», afirma Miguel Ángel Bernal. «Eso provoca una severa recesión, mucho paro y después recuperación», afirma. Pero Jorge Soley se pregunta si los griegos «estarían dispuestos a pasar por tres o cuatro años aún más difíciles». Mucho más cerca en el tiempo y en la geografía se encuentran las quiebras de Islandia o Chipre. «Son casos que demuestran que hay vida después de una dura bancarrota», indica Antonio Pedraza.

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