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Álvaro Untoria y Milagros Hervías, padres de Álvaro Untoria, posan en su bar, el Círculo Católico de Nájera, junto al expelotari y exentrenador de Untoria, Tomás Mínguez, y el presidente del Club Najerino, Ismael Prado.
Nájera, una cuna de reyes y de pelotaris

Nájera, una cuna de reyes y de pelotaris

Álvaro Untoria mamó su afición por vía materna, los Hervías, una saga de Baños de Río Tobía

Víctor Soto

Viernes, 24 de abril 2015, 22:41

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La presencia de Álvaro Untoria sobrevuela el bar Círculo Católico de Nájera. Fotos, carteles, clientes que pasan a recoger entradas, recortes de prensa primorosamente encuadernados, conversaciones... Aunque no esté, el rastro del zaguero se intuye. Si estuviera, tal vez le tocaría servir una caña o ayudar en el negocio familiar. «No se le caen los anillos», explica su madre, Milagros Hervías.

Por el entorno, Nájera, cuna de reyes y pelotaris, y por los genes de Milagros nació la afición del próximo finalista del Campeonato de Parejas. «Yo, si hubiera sido chico, habría jugado a la pelota», reconoce Milagros. En Baños, sus abuelos acudían al frontón después de trabajar y su padre, Mariano Hervías, no sólo saltaba a la cancha en sus años mozos sino que, a sus 80 años, se desplaza junto a Álvaro a todos los partidos. «Y luego va con sus otros nietos a verlos a los frontones. Y si retransmitiesen 200 partidos por la tele, los 200 los vería», sentencia Milagros. Y Santi, el otro hijo, también hizo sus pinitos y forjó el amor por la pelota de su hermano menor.

Sin embargo, el padre del zaguero, al que debe el nombre, Álvaro, se confiesa futbolero. «Ahora me gusta mucho, pero al principio, me tiraba más el balón que la pelota», asegura en su coqueto bar en el corazón de Nájera.

Allí, hace veinte años, entró una tarde Domingo Sacristán, expelotari y alma del deporte en la comarca, y se llevó de la mano a un chaval de poco más de tres años con rumbo a un fondo verde que podía pintar de sueños. «Ver a lo que ha llegado me llena de emoción», explica Sacristán. «Me enorgullece que todos los chavalillos que cogí para el Club Pelotazale Najerino han jugado, pero Álvaro ha sido el alumno más aventajado», añade.

Tomás Mínguez, exprofesional y mentor de Álvaro durante su formación como aficionado, también recalca ese plus del zaguero, que se ha cimentado en «trabajo y tesón». «Pero se le notaban maneras», reconoce Mínguez. También otro expelotari y extécnico del Club, Alberto del Rey, alaba esas virtudes: «Siempre ha entrenado a tope, ha sido formal y ha dedicado el alma a la pelota. El momento le ha llegado porque se lo merece».

Tan a fondo estaba implicado en la pelota que hasta decidió no acudir a la boda de uno de sus tíos porque al día siguiente debía afrontar un partido del Campeonato de España. «Ni se lo planteó. Dijo que no podía dejar solos a los del Club y decidió no ir. No sé cuántos harían lo mismo», indica Álvaro, padre.

Ismael Prado, actual presidente del Najerino, también ha visto progresar a Untoria y el impacto que está causando entre los más pequeños. «Están como locos con él. Le hacen firmar autógrafos, pelotas, camisetas... Y Álvaro está con todos. Se hace querer», dice.

Un carné y unos nervios

Pero, cuando Álvaro era pequeño y a pesar de que ahora todos reconocen su potencial, también sufrió tribulaciones y desánimos. Su madre, la que se sacó el carnet de conducir exclusivamente para llevarle a entrenar, reconoce que pasó baches en su época aficionada. «Igual me venía diciendo que iba a dejar la pelota porque estaba desmoralizado y yo le decía que no, que tenía que seguir, entrenar y superarse», recuerda. Sus bestias negras eran sus grandes amigos David Merino y Gorka Esteban. «Álvaro jugaba siempre con Larrea y nunca les podían ganar. Siempre los de Ezcaray se llevaban la chapela y los de Nájera, la copa», tercia Ismael Prado.

Hasta este Campeonato de Parejas, Untoria no había podido doblegar a Merino II. Pero ahora ya no tiene bestias negras. Lo único con lo que debe lidiar son sus nervios. «Hay que saltar al frontón para disfrutar jugando», sintetizan Domingo Sacristán y Tomás Mínguez. A cambio, deben ser otros los que carguen con esa cruz. «Jamás me puse nervioso y ahora me entra algo en el estómago que... No puedo y a veces tengo que salir del frontón», indica Sacristán.

Ese 'a veces' se convierte en 'siempre' para Milagros. «Voy a ir a la final de Bilbao porque, si no, me despachan de casa», reconoce Milagros. «Ni cuando era aficionado podía verle. Tampoco si va ganando por 21-0. Puedo tragarme todos los partidos del mundo porque creo que me gusta más la pelota que a él. Pero, en cuanto mi hijo sale al frontón, la inquietud me supera», incide.

En la final del Manomanista de Segunda del 2013, celebrada en Pamplona, Milagros no tardó en escabullirse del Labrit. «Empecé a andar hasta que me perdí», recuerda. «Le pregunté a una señora dónde estaba el frontón y me dijo que... ¡a dos kilómetros y medio!», suelta ahora entre risas. «Para cuando volví ya se había acabado y Álvaro había ganado la chapela», reconoce.

Por eso no cree que en Bilbao pueda resistir tanta tensión. «Ni con cincuenta tilas», sintetiza. Aunque lo intentará. Más calma mantiene Álvaro, padre, y el abuelo, Mariano. Y, en teoría, Álvaro hijo. «Es muy callado y no te demuestra los nervios, aunque creo que ya empieza a sufrirlos», intuye su padre.

Pero, por si acaso, es mejor no hablar de pelota en casa de los Untoria. «No se le puede decir nada. Si se te ocurre, aunque sea un poquito, insinuar que otro pelotari no lo ha hecho bien, te contesta que él tampoco está siempre bien. No lo admite. Es tan noble que no aguanta las críticas para los demás», dice su padre.

Ilusión para la final

En el Círculo Católico se respira un ambiente de optimismo, aunque cauto. Milagros es la única que ha soñado con la final. «Me ha pasado varias noches. Pero siempre me despierto sin saber lo que pasa», comenta. «Pero tengo una corazonada porque lo veo muy bien y, si juegan como hasta ahora, ganarán», resume Milagros. Mientras, Álvaro padre, también quiere empujar a su hijo: «Veo el partido al 50%. Pero a Bengoetxea lo encuentro eléctrico, en un momento excelente, y si siguen así de compenetrados, lo conseguirán». «Él no tiene que ganar el partido», sentencia Domingo Sacristán. «Lo que debe hacer es llevar la pelota al frontis. Tiene que saber jugar, darle y darle», sentencia su primer mentor. «El corazón me tira por el de mi pueblo y, según he visto a Oinatz, creo que vencerán», vaticina un optimista Tomás Mínguez.

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