Borrar
Fernando Alonso, tras el accidente el el GP de Australia. :: afp
El tacto de  una piedra
FIEBRE EN LAS GAUNAS

El tacto de una piedra

VÍCTOR SOTO

Lunes, 28 de marzo 2016, 00:18

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Entre los dedos, una piedra. En los ojos, el vacío. La mano se mueve mecánicamente, sintiendo la aristas del canto y la cabeza bulle por cientos de pensamientos que colisionan hasta derivar en la nada. La muerte, siempre presente, ha intentado abrir la puerta pero sólo ha conseguido colar un soplo por la rendija. Y la vida, desde ese momento, resulta distinta. El mundo, inalterable, no se preocupa de la persona. Pero cuando ésta ha comprobado cómo los engranajes del universo pueden rodar igual sin él, cómo ha estado fuera por una fracción de segundo sin que nada cambiase, no queda más remedio que reiniciarse y nacer de nuevo.

Ayer, 20 de febrero, Fernando Alonso ganó el pulso a la parca en Australia. «Un manotazo duro, un golpe helado,/un hachazo invisible y homicida», que describía Miguel Hernández. La muerte rondó por Albert Park para darle una nueva oportunidad a Fernando Alonso.

La increíble violencia del impacto, el vuelo al vacío y la incertidumbre no hacían presagiar un final feliz. El roce del coche del asturiano con el de Esteban Gutiérrez avivó un fuego, el del peligro y el miedo, que siempre consideramos controlado. Pero las llamas del dolor calcinan todo lo que tocan. El deporte, y especialmente sus modalidades extremas como son las de velocidad, siguen siendo el espejo deformante de la realidad, una pirámide aparentemente sólida pero siempre quebradiza.

¿Por qué Alonso pudo salir andando de su monoplaza después de su escalofriante accidente? Los creyentes se pueden aferrar a Dios, los ingenieros, a las medidas de seguridad de los bólidos y el resto, al azar. Las razones nunca se podrán esclarecer. Pero la aparición momentánea de la tragedia obliga a revisar nuestras opiniones. Las bromas sobre el asturiano, sobre sus fracasos, su personalidad o sus declaraciones deberían ser pasadas por el tamiz del riesgo, de la entrega casi total de unos pilotos que se lanzan a más de 300 kilómetros por hora con la protección de un chasis de fibra de vidrio y un casco.

En ocasiones, somos demasiado injustos y pretenciosos. Por eso, de vez en cuando, conviene ponerse en cuclillas y acariciar una piedra hasta sentir lo que nos une con el mundo. Porque un día, no sabemos cuál, no estaremos y los cantos seguirán ahí, esperando a que alguien los roce para dotarles de vida.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios