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Peterhansel posa con su duodécimo trofeo del Dakar. :: efe
El 'caníbal' supersticioso
FIEBRE EN LAS GAUNAS

El 'caníbal' supersticioso

VÍCTOR SOTO

Lunes, 25 de enero 2016, 00:01

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Resulta difícil confiar en una persona supersticiosa, alguien que fía su futuro a ciertos condicionantes inexplicables y casi siempre absurdos. Pero, solo en los Andes o perdido en las dunas del desierto, queda confiar en Dios, en la suerte o en la inteligencia y la pericia propia.

Stephane Peterhansel se fía de una braga de cuello desgastada, estrenada hace 28 años y que lleva siempre con él cuando compite. Probablemente lo hace para esconder sus innatas cualidades de conducción, su arrojo y su sangre fría. Callado y muy reservado, sólo sonríe cuando le recuerdan sus rarezas.

La prenda que le sirvió durante muchos años para defenderse de la tierra africana mientras competía sobre su moto en el auténtico París-Dakar, la ha portado, durante la última edición del rally, atada a una pierna. «Un año se me olvidó y abandoné», bromeaba hace poco.

Con sus rarezas incluidas, este cincuentón que a los 14 años era campeón de Francia de monopatín y que se pasó a las motos con unos papeles falsificados por su padre, ha conquistado ya doce títulos del Dakar. Seis en coches y seis en motos, una cifra incomparable que le ha aúpado al cielo del automovilismo.

De momento 'Monsieur Dakar' no quiere plantearse qué va a hacer en el futuro. Tal vez porque vencer otra vez en tierras sudamericanas supondría acumular trece trofeos en la vitrina de su casa y Peterhansel, como Ángel Nieto, jamás pronuncia la palabra trece. «Es demasiado pronto para tomar una decisión sobre lo que haremos a continuación. El último gran desafío en mi carrera era conseguir el mismo número de victoria en coches que en motos. Y ya está. No sé muy bien si me queda alguna motivación así de importante», explicaba nada más terminar el rally.

Pese a todo, el 'caníbal', sobrenombre que comparte con Eddy Mercks debido a su afán por ganar cualquier prueba en la que compite, tampoco se decide a retirarse. Disfruta, a lomos de una moto o al volante, como un niño. La presión, el riesgo y la incertidumbre que provocan las horas pasadas en un incómodo habitáculo convirtiendo, a 200 por hora, los paisajes en manchas impresionistas son la verdadera gasolina de Peterhansel.

El francés tiene tiempo ahora para reflexionar sobre lo que va a hacer. Lavará su prenda fetiche, la guardará en un cajón y, cuando la mire, dependiendo de las sensaciones que le transmita, decidirá si quiere seguir acrecentado su leyenda. Si no lo hace, los rivales que desde hace 28 años le sufren en los caminos polvorientos, agradecerán su decisión.

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