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Muhammad Ali, en 1971, después de que Frazier le mandase a la lona. :: efe
En la lona

En la lona

PPLL

Lunes, 13 de junio 2016, 00:33

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Cuando un ladrón robó la bicicleta del pequeño Classius Clay, nadie podía imaginar que había nacido una leyenda. Con 12 años y privado de su mayor tesoro, el pequeño Clay lloraba desconsoladamente y amenazaba con ir a golpear al ladrón. Un policía le recomendó no hacerlo hasta que supiera boxear y, desde ese momento, la trayectoria del de Louisville ha alimentado muchas leyendas.

Fue rompedor en todos los aspectos. Sus biógrafos señalan que toda su vida fue una pelea por superar el miedo, tanto dentro como fuera del ring.

Muhammad Ali era demoledor con los puños y mortal con la lengua. Su coeficiente intelectual no llegaba a 80, pero sabía qué decir y a quién provocar para ganarse el cariño del público y el odio de sus rivales.

A pesar de los títulos mundiales y el oro olímpico, para la historia quedarán varios detalles y algunos marcados por la derrota. Fue en 1971, en el Madison Square Garden de Nueva York y con el título de los pesos pesados en juego, cuando perdió por primera vez. Frazier logró tirarle a la lona en el undécimo asalto y Ali se levantó, casi noqueado, y siguió peleando en uno de los combates más extremos de la historia del boxeo. Cuatro asaltos más. Doce minutos de agonía. Y derrota.

Tras salir del hospital (Frazier también tuvo que ser ingresado), Ali reconoció sus errores: «Cuando alcanzas el éxito como yo lo hice, te embriagas con la fama. Crees que correr tres millas al día es suficiente. Eso es todo lo que entrené para esta pelea. La próxima vez correré más, y mis piernas estarán a punto. Será distinto».

También en Kinshasa, tres años después, pero con Foreman como adversario, Ali llevó al límite su capacidad de sufrimiento. Se olvidó de todo lo que había demostrado a lo largo de su carrera y renunció a su movilidad, a su juego de piernas y su trepidante molineo de brazos. Decidió resguardarse en las cuerdas y encajar cientos de mandobles que dejaron sin gasolina a su rival. De las puertas de la tumba emergió Ali para fulminar a Foreman con un derechazo. Otra lección de pundonor y valentía.

De ahí, de la periferia de la derrota, surgen los auténticos héroes. Los que no renuncian a la pelea. Los que encajan y superan los golpes. Los que sufren hasta el final y entrenan más, saltan las barreras, vencen los miedos y buscan vencer de nuevo.

Ali estuvo en la lona o contra las cuerdas y salió adelante. Levantó la cabeza, corrió más y fue mejor. Nunca olvidó sus derrotas y sobre ellas cimentó sus triunfos. La lección es clara para la Unión Deportiva Logroñés. El equipo está noqueado pero no muerto. Tiene una semana para recomponerse, sacudir sus traumas y salir del marasmo para intentar el asalto a la Segunda División. Porque los campeones siempre se forjan después de una derrota.

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