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McIlroy levanta la jarra de clarete con la que se premia al ganador del Abierto Británico.
Confianza ciega
FIEBRE EN LAS GAUNAS

Confianza ciega

VÍCTOR SOTO

Domingo, 27 de julio 2014, 23:15

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La confianza es una de las características de los británicos. Otra es el gusto por todos los alcoholes y destilados. Así, a un anglosajón se le puede cruzar la idea de conquistar la India, Paquistán y medio mundo, incluso aún por descubrir. Y lo hará por su sobrada confianza. Pero cuando le recomienden beber agua de tónica con quinina para evitar las picaduras de los mosquitos, desconfiará un poco hasta decidieres por mezclar el brebaje con ginebra para matar el sabor amargo. A estas dos debilidades se une una tercera: la pasión por las apuestas. Si se mezclan las tres, pueden ocurrir cosas difícilmente comprensibles desde fuera de la óptica inglesa.

Por ejemplo, que una tarde del 2004, cuatro amigos, uno de ellos llamado Gerry McIlroy y de profesión camarero, se tomen unas pintas en su pueblo. De vuelta a sus casas de Hollywood (nada que ver con la soleada California, sino con un poblachón norirlandés húmedo y frío), pasan por la casa de apuestas. Y allí, uno de ellos, jaleado por los demás, decida apostar por que su hijo, de apenas quince años, ganará el Abierto Británico de golf, uno de los torneos más prestigiosos del mundo antes de cumplir los 26. No sólo se ríen con la apuesta, sino que cada uno pone 100 libras (unos 140 euros) para secundar el pronóstico del orgulloso padre. Probablemente después, vuelven al pub para que la confianza depositada en el pequeño se torne un poco más ciega.

Y se olvidan de esa tarde hasta que, diez años después, Rory McIlroy logra, en un vibrante y ajustado final, el título con el que su padre y sus amigotes habían soñado esa vaporosa tarde del 2004. Pero a veces los vaticinios, por aquellos inescrutables caminos del Señor, se cumplen y las casas de apuestas deben abonar lo que le corresponde a cuatro amigos de Hollywood. Diez años después, los 140 euros de cada uno se han convertido en casi 75.000. Todo un pellizco para cuatro visionarios a los que sus mujeres, de saber lo que habían hecho, les hubieran tildado de arrogantes, borrachos y ludópatas. Pero la vida, en ocasiones, es maravillosa. Y ahora, esos colegas podrán brindar a la salud del hijo de Gerry, Rory, que ayer alzó el ansiado trofeo. Por cierto, trofeo que es una jarra para el clarete y sobre el que la tradición dicta que los campeones beban durante el año lo que les venga en gana. Por ejemplo, el estadounidense Phil Mickelson la devolvió tras echarse al coleto una botella de vino valorada en 40.000 euros. Todo por mantener vivas las tradiciones británicas.

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