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José Miguel Martín, trabajando en la recuperación de Edu Payá, la temporada pasada. :: sonia Tercero
En buenas manos
SEGUNDA DIVISIÓN B

En buenas manos

José Miguel Martín, fisioterapeuta de la UD Logroñés, es el único que se mantiene en el club desde el primer día

CARLOS FERRER

Lunes, 22 de agosto 2016, 23:32

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Logroño. Está cerca de cumplir los 36 años y lleva siete en la Unión Deportiva Logroñés. Empezó con el propio club, después de haber estudiado en Madrid y realizado prácticas de fisioterapia en el Atlético de Madrid, bajo los auspicios del eminente doctor José María Villalón. Sabe de qué va esto del fútbol, porque en sus años mozos fue jugador, incluso del Logroñés, en sus secciones inferiores, pero dejó el fútbol activo para dedicarse a la terapia.

José Miguel Martín es posiblemente el que mejor conoce a los jugadores que han ido pasando por el club a lo largo de estos siete primeros años de su historia. En la camilla, cuando les están recomponiendo, ajustando los músculos, poniendo a tono las articulaciones, muchos son los futbolistas que dan rienda suelta a sus pensamientos y descubren sus verdaderos sentimientos. El dolor activa la labia y el galeno se convierte también en confesor de los propios jugadores.

Después de cuatro años en Madrid, regresó a Logroño con su título y le llegó una oferta de trabajo al Colegio Riojano de Fisioterapeutas: «Surgió una oferta del club y me avisaron de forma protocolaria. Presenté el currículo, me hicieron una entrevista y al final me llamaron y se quedaron conmigo. En la primera temporada, 2009/10, estuve en el equipo filial y en el juvenil, y también en los partidos del primer equipo a los que no podía ir Luis Comunión, que era el fisio del equipo. A partir del siguiente verano, siempre he trabajado con el primer equipo».

Ha ido adquiriendo su experiencia sobre el terreno. Al estudio se unen las clases prácticas que ha ido realizando a lo largo de estos años en partidos y entrenamientos. No es un recorrido sencillo: «Al principio cuesta hacerte a la situación. Hay que saber reaccionar rápido sobre lo que hay que hacer en cada momento, en la atención primaria. Los tratamientos fuera del campo son más dinámicos, pero en el campo hay que encontrar rápidamente por donde viene el problema e intentar resolverlo cuanto antes. Con el tiempo vas asimilando la experiencia de casos que se van produciendo y se puede ver antes la fórmula mejor y más rápida para arreglar el problema».

De hecho, cuando empezó había jugadores más veteranos que él. Recuerda que le ayudaban en ocasiones: «Había futbolistas con bastante más edad que yo, pero siempre me han respetado. Algunos, con mucha experiencia, me indicaban como solían hacerse los vendajes, como les trataban de sus lesiones anteriormente, etc. pero siempre me han hecho caso. Se portaban bien. Siempre que había algún golpe, Cervero, que era médico, se interesaba, y Álex Pérez, que también es físio, me echaba un cable si lo necesitaba».

En este trabajo nunca se puede asegurar el éxito total. Siempre puede quedar el rescoldo de haber podido hacer algo más. Por el momento, José Miguel Martín acompaña a su esfuerzo la buena sintonía con sus pacientes: «No tengo quejas, y que siga así. Cuando pones todo de tu parte, como puede ser el conocimiento, el trabajo y el esfuerzo por hacer las cosas lo mejor posible, suele ir todo bien. Soy humano y los jugadores también. Intento que todos entendamos que queremos lo mejor para mejorar su rendimiento y curar cuanto antes las lesiones que se puedan ir produciendo».

Si se le pregunta por el caso en que peor lo ha pasado, responde enseguida: «En la reciente lesión de Santos. Hemos tenido lesiones duras pero no en el último partido en el que nos estamos jugando todos el ascenso. Anímicamente fue un momento muy duro para el jugador y para todos los componentes del equipo».

También ha pasado por momentos en los que un jugador parecía roto y en los que todo quedó en una lesión sin demasiado tiempo de baja: «Nos pasó con Nacho Fernández, cuando se produjo una brecha tremenda en la ceja derecha, en el párpado. Le dimos un montón de puntos, pero fue mucho menos grave de lo que parecía. Y otra, la de José Carlos Gil, en O Vao, con el Coruxo. Tuvo un choque muy violento, al lado del banquillo. Teníamos miedo de que se hubiera roto el ligamento interno y el cruzado de la rodilla. Al final, todo se quedó en un esguince del lateral interno y en mes y medio salió adelante. Fue un momento en que nos temimos lo peor».

Por su cuarto de trabajo pasan todos los jugadores. Los hay de todo tipo. José Miguel les tiene que tratar a todos por igual, aceptando su forma de ser, más o menos quejicas, mas o menos duros... «Los comportamientos de los jugadores vienen a ser normales. Si salen de una lesión hay que estar encima de ellos. Les insistes, haces los ejercicios con ellos y se portan bien. Muchas veces hay que frenarles porque quieren estar cuanto antes en la mejor forma. Alguna vez me ha pasado a mí, y hemos tenido que parar».

Hay futbolistas que gustan de acudir a la camilla de tratamiento. Otros, no tanto. También están los que la rehuyen. Entre los primeros no tiene dudas: «Javi Herreros, sin duda, es el que más he tratado. Era un día sí y otro también sobre la camilla. Nos llevamos muy bien y lo recordamos siempre. Por el otro lado, Cervero o Mustafá no se subían a la camilla. Si lo hacían es que algo iba muy mal, estaban reventados. Entre los de este año, Thaylor y Amelibia no se suben».

Lo mejor, seguramente, es que la relación con los jugadores se consolida y que muchos siguen en contacto una vez que se han marchado: «Sigo manteniendo relación con muchos, incluso con los que están en el extranjero, como Gustavo Souto, David de Paula, Adama Guira... Hablamos bastante. Osado y Julen Iriarte me llamaban de vez en cuando con algún problemilla. Álvaro del Moral, también. Eso, al final, te llena de orgullo, porque estando en otros equipos me siguen llamando para tener una opinión más sobre sus problemas».

En el banquillo lo pasa mal, es muy visceral sobre lo que sucede sobre el terreno de juego: «Lo paso fatal. Como futbolista nunca me expulsaron. Ahora, ya me han echado dos veces por protestar. Me pongo muy nervioso. Lo vivo mucho. Llevo desde el principio y he crecido con el club, lo llevo dentro. Es un sentimiento diferente. Lo paso muy mal en el banquillo. Me tienen que agarrar».

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