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Clemente y Raúl: la extraña pareja. O no tan extraña.
Raúl selección
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El delantero madridista fracasó con el resto de sus compañeros en el Mundial del 98 pilotados por Clemente

Jorge Alacid

Jueves, 3 de julio 2014, 09:27

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Tengo para mí que el jugador más decisivo en la historia de la selección española fue el delantero llamado Raúl González Blanco, alevín que militó en el Atleti antes de ser expulsado por la familia Gil y Gil (y tal y tal) y arrojado en brazos de Chamartín. Porque desde que Luis Aragonés evitó convocarle, aguantando un día tras otro los ataques de la caverna mediática merengue, que es mucho aguantar, oiga usted: par de Eurocopas y un Mundial en la mochila.

Es una broma que me permito aunque alguna verdad esconde. De hecho, este futbolista con quien uno nunca llegó a empatizar, exhibe una larga lista de méritos: para mí, el fundamental es que nada en su apariencia permitía sospechar que dentro de ese cuerpecito ocultaba tanta dinamita. De modo que estamos ante otro de esos futbolistas cuya habilidad nuclear residía en hacer lo contrario de lo que simulaba, incluso cuando su fama le precedía y por lo tanto sus marcadores llegaban avisados. No importaba. Raúl se las arreglaba para hacer un lío a los defensa y con esa cara de mosquita muerta en pleno ataque de hemorroides agujereaba la red enemiga, para comportarse luego como es moda: celebrar los goles haciendo callar con el índice en la boca (mala educación), besando cierto anillo (cursilería) Uno añora los tiempos en que Quini o Butragueño, dos perfectos caballeros, se limitaban a levantar el brazo para exteriorizar su alegría. Los tiempos en que, desde luego, los tantos de penalti ni siquiera se celebraban porque se compadecía el goleador del indefenso portero, tal era su ventaja en la suerte fatídica. Desde luego, mucho menos se celebraba un gol si sólo servía para elevar un 4-1 al marcador en el descuento de la prórroga. Eso se reservaba para los muy miserables.

Raúl, que tiene su propia historia de penaltis fallados en el descuento para desazón de los seguidores de la selección, llegó a convertirse en emblema del combinado nacional en los tiempos de transición entre la España de Clemente, el paréntesis de Sáez y Camacho y la púrpura que luego recogerían Aragonés y Del Bosque. Ingresó joven, como prematura fue toda su carrera, en aquel conjunto de individualidades elegidas por el rubio de Baracaldo a quien deseo larga estancia en Libia o donde ande ahora, que nunca se convirtieron en un equipo. Decía Ángel Mur, veterano y sabio masajista del Barça, que los éxitos se forjan en la unidad del vestuario y esa fue una asignatura que nunca aprobaron Clemente y los suyos: un desfile de egos, a cual más mayúsculo, empezando por el sobresaliente yo del entrenador.

Y el de Raúl no era mucho menor, lo cual explica algún fracaso como el del Mundial de Francia del 98. España se organizó alrededor de su delantero estrella, con escasa fortuna, aunque al menos tuvimos un consuelo: no hizo falta llegar a cuartos para marchar a casa. Nos eliminaron en la primera fase selecciones de tanto pedigrí como Nigeria y Paraguay. Otro gran éxito de la España de Clemente, uno de tantos dirigentes que eligen mal el día de irse y acaban por marcharse de mala manera, en pleno vendaval. Sin que ninguna voz recuerde que bueno, que no estuvo tan mal. Clemente se despidió tras aquella hecatombe iniciada cuando el inevitable Zubizarreta concedió el palo corto al prestigioso jugador nigeriano llamado Sunday Oliseh para liquidar el partido (con el exblanquirrojo Iván Campo de lateral derecho, posición que ocupaba ¡¡¡por primera y única vez en su vida!!!) y que siguió cuando el equipo entero fue incapaz de meterle un gol al pesado de Chilavert, portero paraguayo a quien recordaremos largo tiempo en Las Gaunas por el conmovedor corte de mangas que nos dedicó con la elástica del Zaragoza.

En fin. Ni siquiera Raúl en la cumbre de su carrera pudo evitar aquella catástrofe que sembró de pesimismo el porvenir de la selección. Necesitaríamos que aterrizara una nueva generación para que el milagro fuera posible, aunque fuera a costa de escuchar muchas, demasiadas veces, el latiguillo aquel de Raúl selección al que Luis Aragonés fue inmune. Por suerte.

Pero esa es otra historia.

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