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Chorretones de sangre tabique abajo: Luis Enrique, icono del Mundial 94.
Todos fuimos Luis Enrique
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Todos fuimos Luis Enrique

España se desangró en el Mundial de Estados Unidos por el tabique nasal más famoso de la historia del fútbol

Jorge Alacid

Martes, 1 de julio 2014, 10:45

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Hoy, cuando el amigo Luis Enrique se aposenta en el banquillo azulgrana. Hoy, cuando algún niño se pregunta quién es este señor con la cara de quien acaba de sufrir la visita de un inspector de Hacienda. Hoy, cuando el hincha conspicuo tal vez haya olvidado que antaño hubo otro Luis Enrique (o más bien varios, como se verá a lo largo de este artículo), quien esto firma quiere proclamar bien alto que no. Que aunque ganara mil veces la Liga, otras tantas la Copa de Europa que algún esnob llama Champions, Luis Enrique seguirá siendo en mi imaginario, como en el de tantos otros, el muchachito que lloriqueaba sangrando por la nariz, manchada la blanca zamarra de la selección española en el infausto Mundial de 1994.

En efecto, hubo un primer Luis Enrique cuya memoria invoca el sagrado recinto de Las Gaunas. Un delantero juvenil e impetuoso, con tanta malicia como puntería, que se las arregló para privar al Logroñés de David Vidal de acceder a la semifinal de Copa del Rey. Fue en una triste prórroga en El Molinón donde aquel jovencito del Sporting anudó a la defensa blanquirroja cuyo centro se confiaba a Salva y Herrero y pulverizó nuestro sueño en un par de galopadas en zigzag que luego rentabilizaría con un traspaso al Real Madrid. Este es el segundo Luis Enrique, que empieza a comparecer ya en la selección: un futbolista despojado de su identidad con ocasión de los Juegos del 92, cuando integró el exitoso combinado de los Guardiola, Kiko y compañía abandonando su condición de atacante para figurar como carrilero, figura entonces muy de moda, palabra que me sigue sonando muy fea. El tercer Luis Enrique será ese jugador adiestrado por las manos de Clemente, que lo confirmaría como uno de sus pretorianos para que hiciera con la camiseta roja un poco de todo: como primer o segundo delantero, como futbolista de banda, como defensa de urgencia si era preciso.

Es el mismo Luis Enrique, el cuarto Luis Enrique, que emprende el rarísimo viaje que va de Chamartín al Camp Nou convertido en un advenedizo para la parroquia merengue, a quien no ha convencido ni como atacante, ni como interior. De modo que cuando aterriza en Barcelona, parece más bien el protagonista de un culebrón repleto de amores traicionados y sed de venganza que sin embargo transforma su rabia en inteligencia táctica para abrir la lata rival, conquistar a la grada con su apasionada entrega y amaestrar con sus goles al rival eterno, que festejará como ningún culé (ni madridista) olvida: exhibiendo bien enhiesta la camiseta que tanta ira suscita en el adversario. Será este Luis Enrique el futbolista en quien Clemente ponga todas sus complacencias para integrar uno de los mejores grupos que España haya llevado nunca a un Mundial. Una mezcla muy interesante, formada por la quinta del oro olímpico, junto a veteranos de tanta clase como Alkorta, Nadal, Hierro o Salinas, con algún miembro de otra promoción tipo el central Abelardo, el todocampista Caminero o el extremo Goikoetxea y rematada por productos del mejor 'Dream Team' como Ferrer o Sergi.

Lo mejor de cada casa, vaya. ¿Destino? Caer en cuartos de final. Y hacerlo a lo grande, con la ensangrentada efigie de Luis Enrique como tótem. El fútbol español resumió en esa infausta velada norteamericana todas sus desdichas. Estupendo partido, juego muy superior al rival (la Italia de Baggio que en realidad fue la Italia de Tassotti), arbitraje bastante, hum, cuestionable y un par de fallos decisivos. El de Zubizarreta en el gol italiano (ay, aquella manía suya de dormirse bajo la portería mientras su equipo atacaba) y el de Salinas ante el portero rival. Dos momentos trágicos para la selección, que había merecido más, mucho más de su meritorio campeonato: empates ante la poderosa Alemania y la débil Corea, triunfo ante la Bolivia de Azkagorta y goleada sobre Suiza en octavos. Una feliz trayectoria truncada por el puñetazo en la nariz de Luis Enrique. Un puñetazo que cualquier aficionado sintió como propio, como si lo hubiera recibido en su misma nariz. Un puñetazo que exigía venganza. Y la tuvo.

Pero esa es otra historia.

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