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VÍCTOR SOTO
Domingo, 22 de junio 2014, 23:31
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Cuentan en Escocia que, durante un partido del modesto Partick Thistle, uno de sus futbolistas sufrió un fuerte golpe en la cabeza que le dejó sin conocimiento. John Lambie, entrenador del equipo, se tiraba de los pelos cuando el médico del equipo se le acercó para decirle que su ariete, Colin McGlashan, no sabía quién era. «Pues dígale que es Pelé, que se levante y que le meta dos goles a esos cabrones», respondió Lambie.
Luis Aragonés, primero, y Vicente del Bosque, después, han hecho con España lo que el bueno de Lambie intentó sin éxito con su delantero. Nos convencieron con victorias y títulos no sólo de que España era Brasil, sino que incluso lo superábamos. Acostumbrados a conformar buenas selecciones poco competitivas, nos amoldamos con gusto a esa nueva idea. Como pasa habitualmente en este país, del éxito a la prepotencia hay una frontera casi imperceptible. Y la sobrepasamos.
La primera y demoledora derrota contra Holanda ha sido un mazazo, pero sirve para poner a todos (jugadores, cuerpo técnico y afición) sobre aviso. Un baño de humildad, se decía antes, cuando la humildad era aún una virtud. La pena es que las hienas no han tardado en salir de sus madrigueras al olor de la sangre aún caliente. Muy típico de este país cainita y despiadado en el que la fama tarda un siglo en construirse y un segundo en desvanecerse.
No soy especialmente optimista respecto a lo que suceda en el Mundial. Pero tengo fe en Del Bosque y sus jugadores. Han llevado a España a lo más alto y la han mantenido en la cumbre más tiempo del que jamás ningún aficionado español soñó. Por eso sólo merecen reconocimiento. Luego, el fútbol dictará sentencia. Pero, por ahora, confiemos en ellos aunque sólo sea porque una vez nos hicieron soñar con un imposible.
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