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Moti (i), durante un partido contra el Liverpool.
El milagro del intrépido Moti
fase de grupos

El milagro del intrépido Moti

‘Las Águilas’ de Razgrad cambian de nido y se trasladan al estadio nacional Vasil Levski de Sofía para poder recibir a la constelación madridista.

Ignacio Tylko

Martes, 30 de septiembre 2014, 16:41

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Cosmin Moti es un esforzado central rumano de 29 años, algo pasado de peso e internacional en dos ocasiones, que hubiera pasado de puntillas por la Liga de Campeones de no ser porque se convirtió en el ídolo de la afición del Ludogorets y su nombre dio la vuelta al mundo tras consumar una de esas proezas que jalonan la historia del fútbol. Los famosos e idolatrados jugadores del Real Madrid conocerán el miércoles de primera mano a este osado jugador que clasificó al campeón búlgaro para la fase de grupos al marcar un penalti y detener dos en la eliminatoria ante el Steaua de Bucarest. Tal es la modestia de su equipo, debutante en la máxima competición continental, que los jugadores blancos tendrán que saludar a Cosmin y felicitarle con retraso en el estadio nacional Vasil Levski de Sofía, situado a 324 kilómetros de Razgrad, feudo del Ludogorets en los torneos locales pero con un campito para sólo 6.000 espectadores que no reúne las exigencias de la UEFA. Se trata de una población de 33.000 habitantes, sin capacidad hotelera suficiente y con el aeropuerto más próximo a más de una hora en coche.

La prensa futbolera, pródiga en adjetivos grandilocuentes y exagerados, se quedó sin palabras para definir lo ocurrido la noche del pasado 27 de agosto. Parecía una insulsa eliminatoria más de la previa de la Champions. Pero sólo quedaba un partido para poder acceder a la fase de grupos y cualquier momento podría ser mágico. Los búlgaros estaban virtualmente eliminados. Necesitaban un gol para forzar la prórroga ante el Steaua, todo un campeón de Europa venido a menos, y poder soñar. Wanderson anotó en el último suspiro del tiempo reglamentario el tanto que igualaba el duelo.

La expulsión de Undiano

Sólo quedaba una plaza para entrar en el sorteo, donde 31 equipos ya tenían reservados sus huecos en los bombos.Treinta minutos de alta tensión. El cansancio y los nervios se apoderan de los jugadores, cada vez más agarrotados. No había forma de ver ocasiones de gol y todo se iba a decidir en la suerte de los penaltis. Pero, en el minuto 119, el navarro Undiano Mallenco expulsó a Vladislav Stoyanov, portero de los búlgaros. No había posibilidad de más cambios. A un jugador de campo le tocaba ponerse de portero, como si fuera un partido de benjamines. Georgi Dermendzhiev, el entrenador del Ludogorets, se preguntó quién asumiría la responsabilidad de jugar el último minuto de la prórroga y, si en ese corto lapso no erraba, ponerse también bajo los palos en la crucial tanda de penaltis.

Moti debió pensar que no tenía nada que perder y todo por ganar. Si sonaba la flauta, podría vivir el momento de gloria de su carrera. Aceptó el reto. Se enfundó los guantes, varias tallas más grandes de la que le correspondía, se puso una camiseta enorme del portero suplente, con el dorsal número 91 a la espalda, y se preparó. Su cara de susto le delataba, pero trató de transmitir seguridad a sus compañeros. El defensa era el portero, pero también el primer lanzador. Acertó, situó en ventaja a su equipo y comenzó su particular show bajo los palos. Se puso a bailotear sobre la línea de gol y a mover los brazos como un loco para tratar de distraer a los enconados rivales, ya que el bueno de Cosmin desarrolló el grueso de su carrera en el Dinamo de Bucarest, eterno enemigo del Steaua.

En el primer lanzamiento, su método no surtió efecto. Pero se quedó muy cerca de tocar el balón al adivinar su trayectoria. Su compañero Wanderson falló el segundo penalti y entre la afición búlgara cundió el desánimo. Pero saltó la sorpresa. En el segundo penalti, el central se arrojó como un felino hacia la derecha y desvió el tiro de Parvulescu. La hinchada no salía de su asombro. No hubo más penas máximas falladas hasta llegarse al 5-5, ya en la muerte súbita. El portugués Fabio Espinho anotó para el Ludogorets y Moti se hizo leyenda. El improvisado portero volvió a lanzarse hacia su costado derecho, el más natural, blocó el disparo de Cornel Rapa y provocó el delirio de los búlgaros, que antes habían superado al Dudelange de Luxemburgo y a los serbios del Partizán.

Anfield mostró el camino

De pasó, obró el milagro de que el Ludogorets pudiera visitar Anfield, donde el Liverpool sólo pudo imponerse 2-1 merced a un gol de penalti, anotado por Gerrard en el descuento. Y en la segunda jornada, Cosmin Moti y sus compañeros se medirán a los campeones de Europa, a las estrellas del club más laureado de la historia, entre ellas el reluciente Balón de Oro. Moti se tendrá que enfrentar a Cristiano Ronaldo, Bale o Benzema, inimaginable para él cuando inició su carrera profesional en el Universidad de Craiova. Allí jugó dos temporadas antes de fichar por el Dinamo de Bucarest en 2005. Jugó cedido en el Siena italiano, regresó al segundo equipo de la capital rumana y llegó a estar convocado por Víctor Piturca para la Eurocopa de Austria y Suiza en 2008 pero no jugó ni un minuto. En 2012 emigró a la vecina Bulgaria.

Tanto se ha hablado de él que dos vecinos italianos que se odian, el Lazio y el Roma, están interesados en contratarle. Su precio, bastante elevado, es de siete millones de euros. Para el merchandising es una bicoca. En las tiendas oficiales podrían venderse camisetas de jugador y de portero con su nombre a la espalda. Cosmin sigue de dulce. El Ludogorets acaba de perder en feudo del Levski de Sofía (3-2) y alejarse más del liderato del que disfruta el CSKA. Pero Moti marcó un gol, para variar de penalti, que suponía el 1-1 provisional. Las Águilas de Razgrad amenazan a la galaxia blanca.

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