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Aficionados del Murcia protestan frente a la sede de la LFP.
Un asunto murciano
FIEBRE EN LAS GAUNAS

Un asunto murciano

VÍCTOR SOTO

Domingo, 17 de agosto 2014, 23:24

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La comprensión de la física cuántica es asunto de párvulos en comparación con los insondables misterios del fútbol español. Con un estamento corrompido hasta el tuétano, unas deudas insostenibles y una credibilidad bajo mínimos, los mandatarios deportivos siguen tratando de aparentar una virtud casi virginal.

Hay que cumplir la Ley del Deporte. Y eso ha supuesto este verano, a escasas jornadas del inicio de la liga, la caída del Murcia a Segunda División B. Todo legal. Tal vez lo inmoral es que ninguna legislación prohíba la acumulación de deuda, la presencia de directivos casi siempre al borde de la recalificación y la imposición de castigos deportivos, que aumentan el lastre de los proyectos en vez de ayudar a reflotarlos o finiquitarlos definitivamente.

El Club Deportivo Logroñés es el más claro ejemplo. Cuatro sanciones deportivas (descensos administrativos) le contemplan. Tanta mierda que asustaría a un porquero. Todo eso (unido a una pésima gestión y unos nefastos dirigentes) sirvió para que los números rojos se perpetuasen (los demandantes siguen esperando, es un decir, el cobro en un proceso judicial interminable) y el fútbol riojano acabase destrozado. Es lo de menos. Lo mismo les ha ocurrido a muchos clubes y les seguirá pasando mientras no se actúe verdaderamente contra los responsables del desaguisado.

Los equipos de la Liga de Fútbol Profesional acumulan 482 millones de euros con Hacienda y continúan gastando por encima de sus posibilidades. Apropiaciones indebidas, administración desleal, delitos societarios varios, defraudación, delitos fiscales...

La variedad de delitos imputables a la caterva de personajes que dirigen el fútbol patrio es amplia. Pero, al igual que ocurre en la política, los caminos de corrupción casi nunca acaban en los juzgados. Resulta más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un dirigente del fútbol acabe sentado en un banquillo de acusados.

La situación no tiene visos de solucionarle en un plazo corto. Seguirán multiplicándose los descensos administrativos, que sólo perpetúan la ignominia del fútbol ahogado, pero nadie se lanzará contra los que se forraron construyendo nuevos estadios, crearon centros comerciales amparados en un escudo, distrajeron millones de euros del erario público o incumplieron con sus deberes fiscales.

La justicia en España no es ciega, sino tonta. Y, mientras tanto, el calendario sigue su paso inexorable hacia una nueva temporada futbolística que perpetúe la vergüenza de la corrupción endémica. Esto ya no es un asunto murciano, sino totalmente marciano.

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