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J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 29 de agosto 2016, 00:28
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A la izquierda miran pasar la Vuelta la viejas paredes de Santa María del Naranco. Prerrománicas, del año 842. David de la Cruz, que es de Sabadell, es mucho más joven. Apenas 27 años. Pero en su mesa el menú es incluso anterior a las piedras de Santa María. Sigue la paleodieta. Come igual que el hombre primitivo: fruta, verduras, carne, pescado, huevos, frutos secos. Nada de grasas ni azúcares; ni siquiera pan, pasta, ni lácteos. Es un ciclista impar. No hay otro como él: lleva su propia panificadora portátil para hacerse pan sarraceno, que viene de una flor, que no lleva gluten. Come a la antigua. Aunque más viejos aún son los sueños. De la Cruz nunca había ganado nada. Tantas caídas. «Mi carrera está marcada por los infortunios», se queja. Pero el sábado por la noche se imaginó líder de la Vuelta. Ese sueño fue su tracción.
«Por eso he salido a meterme en la fuga. Era el día. Estaba cerca de los mejores en la general. Si la escapada llegaba, podía ser el líder», pensó. Acertó. En la cuesta final, al pasar al lado de Santa María del Naranco, sólo le acompañaba ya Devenyns, un belga rápido, peligroso. De la Cruz, consciente de su habitual mala suerte, ya no pensaba en el liderato porque por detrás se acercaba el Movistar, sino en la etapa. Extendió la mirada y vio la cima del Naranco. Un sprint con Devenyns era derrota segura. Le atacó. Le dejó. Apretó sus piernas, que tienen muchos quilates, y celebró su victoria en esta montaña asturiana. «Es mi talismán. Aquí fui segundo en una Vuelta a asturias», festejó. Entonces se lo dijeron. «David, al podio, que te ponen el maillot rojo». Líder por delante de Quintana, Valverde, Froome y Contador, que llegaron juntos al Naranco a la espera de que hoy les separe la subida a los Lagos de Covadonga. «¡Líder! Es una sorpresa. He pasado tantos momentos malos. Dos clavículas rotas, apendicitis, dudas...». Se hablaba a sí mismo. Hoy defenderá esa túnica en los Lagos. «Hasta donde el cuerpo aguante. A echar babas». Salvaje. Primitivo como su menú.
Fue un día de esos en los que el cielo hace lo que le da la gana. En la salida de Cistiera la Vuelta era puro calor. Azul. Todos sabían que era una etapa perfecta para fugarse. Al sol aún se largaron doce dorsales en el kilómetro doce. Buenos: De la Cruz, que rumiaba su sueño, más Pello Bilbao, Clark, Frank, Bakelants, Geniez, De Gendt, Moser, Huzarski, Devenyns, Teuns y Luis León Sánchez, al que todos temían, al que todos vigilaban de reojo. Luis León había desvelado su tremenda fuerza dos días antes, en la fuga que casi llegó a la Puebla de Sanabria. Aún resonaba aquella exhibición. Asustaba. Con los doce de acuerdo en el ascenso a San Isidro, la etapa era suya antes de pasar de León a Asturias. En eso, en la frontera, el cielo se apagó. Cortina corrediza de niebla. Una llovizna vaga. Paisaje asturiano, lleno de cuestas: Santo Emiliano, San Tirso, la Manzaneda y final en el Naranco.
A rueda del Movistar que escoltaba al líder Quintana, Contador se notaba aún «duro», con los músculos todavía tiesos por la caída del viernes. Pero contento. «Cuando tenía que apretar, las piernas respondían. Todo va ya más controlado», respiraba. Su recuperación tiene un examen más: hoy en los Lagos. «Si lo paso, ganaré otro día de descanso y eso supondrá un paso importante». Es su consigna: salir vivo de Asturias y matar luego en los Pirineos y Levante. De esa esperanza se alimenta. A David de la Cruz le va más la dieta de las cavernas. En la penúltima subida del día, la Manzaneda, el catalán notó la fatiga. «Pensaba que no iba a poder seguir a los otros de la fuga», confesó. Otra vez sus dudas. El recuerdo de sus caídas. En la general, Quintana le sacaba 2 minutos y 46 segundos. La fuga acumula 5 minutos de renta. Parecía poco ante el empuje final de pelotón. Pintaba mal para De la Cruz. Como siempre. Apellido de mártir.
Apadrinado por 'Purito'
Y de ciclista tardío. Iba para atleta. Hasta que le salvó la campana. Así, 'campana' le dicen en Cataluña a las piras, las pellas en la escuela o el instituto. David, un estudiante disperso, aprovechó una de esas 'campanas' para dar una vuelta mañanera por Sabadell. Se entretuvo con los escaparates. Allí estaba su primera bicicleta. Flechazo. La compró y, al poco tiempo, la llevó a reparar a 'Ciclos Trujillo'. Conoció a otros ciclistas. Salió con ellos. Vaya: era bueno. Coincidió luego con 'Purito' Rodríguez, al que asombró. 'Purito' le apadrinó y le ayudó a ser profesional en un pispás. Una estrella. Hasta que se estrelló. Primero se cayó en el Tour 2014 cuando iba en fuga. Clavícula cascada. Hace un año, tres semanas antes de acudir a la Vuelta a España, volvió a partirse el mismo hueso.
No se resignó pese a que le decían que era imposible recuperarse a tiempo. Consultó con el doctor Xavier Mir, el que suelda los huesos de pilotos como Marc Márquez, y se impuso el reto de correr la Vuelta. Un día después del accidente pasó por un quirófano. En cuanto pudo se subió a un rodillo. Reservó una habitación de hotel en Andorra, al fresco. «Con terraza para que me diera el aire. Llevé un ventilador». Nada más despertarse se subía una hora al rodillo. En ayunas. Luego, otras dos. «Con cuidado para que el sudor no infectara la herida». Y se presentó en la Vuelta con la cicatriz aún fresca. Tuvo que retirarse. Su mala suerte habitual.
En eso pensaba cuando lo pasaba mal en la Manzaneda. Pero se pegó a Devenyns mientras los demás se quedaban mirando a Luis León. Ya en el Naranco rozó con la mirada al belga. Le vio un tic de sufrimiento. Ahora. «No pensaba en el liderato; sólo en ganar la etapa». La primera. Y con premio extra: el maillot rojo que hoy defenderá en Los Lagos ante Quintana -le tiene a 22 segundos-, Valverde, Froome y Contador. «Es increíble estar por delante de ellos», resoplaba el ciclista primitivo.
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