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Chris Froome corre tras dejar su bicicleta estropeada. :: Jean-Paul Pelissier / reuters
El Tour enloquece

El Tour enloquece

La imagen de Froome corriendo a pie en el Ventoux tras impactar con una moto daña el prestigio de la carrera

J. GÓMEZ PEÑA

Viernes, 15 de julio 2016, 00:17

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Hay imágenes que lo dicen todo. Como la del rostro de uno de los cerca de 200.000 espectadores repartidos a orillas del Mont Ventoux. Parece haber pasado la tarde entre cervezas. Ojos flotantes. Se los frota. No puede creer lo que ve venir: el maillot amarillo, Chris Froome, aparece corriendo a pie y sin bicicleta, como loco, como metido en un encierro de San Fermín. ¿Está en Pamplona? No. Es el Ventoux. Y es el día en que el Tour hizo el ridículo.

Froome, que abría la carrera junto a Porte y Mollema antes de incrustrase en una moto frenada por el público, tuvo que echar a trotar durante un rato y alcanzó la meta instalada en el Chalet Reynard desesperado y detrás de sus rivales. Había perdido el liderato. Los jueces se lo devolvieron. Del peor día del Tour, la decisión de los árbitros fue lo menos malo. Hizo justicia. Eso dijo el juez principal, Bruno Valcic: «Es lo justo».

Los comisarios tenían dos opciones: aplicar el artículo 14 del reglamento de la Unión Ciclista Internacional (UCI), que contempla expulsar a los que atajan, falsean el recorrido o entran sin bici en la meta. O acogerse al artículo 2.2.029, reservado a situaciones excepcionales que alteran el resultado de las carreras. Que el público cierre el paso a la moto que precede a los ciclistas y eso provoque la caída de los corredores es algo que varía el desenlace de la etapa. Eso pasó. Froome sigue siendo el líder de este Tour chapucero con 47 segundos sobre Yates y 54 sobre Quintana. De la penosa etapa en el Ventoux, Froome sacó otros 19 segundos de ventaja para quizá sentenciar la ronda en la contrarreloj que viene. «No se pueden poner vallas en todo el recorrido», declaró el patrón del Tour, Christian Prudhomme, que apoyó al jurado. «Es una decisión excepcional para un hecho excepcional».

El Mont Ventoux está maldito. El monte asesino que mató a Simpson en 1967 se cobró una nueva víctima: el prestigio de este Tour. La carrera más grande del mundo convertida en un esperpento. Todo empezó con el viento, que obligó a recortar el recorrido en seis kilómetros. Así, el público que iba a ocupar 20 kilómetros se apretó en 14. Sobrepeso. Y falta de civismo. Hace tiempo que algunos aficionados han cruzado el límite: invaden las carreteras, tocan a los ciclistas, a veces hasta les insultan... Y en el Ventoux, todo explotó.

Porte, Froome y Mollema rodaban con la meta casi a la vista. Detrás, a medio minuto, Quintana, Yates, Bardet, 'Purito' y Valverde sudaban tinta con la que escribían su derrota en el Gigante de Provenza. Fue ahí cuando se cerró la cremallera de gente. Locura. Banderas. Móviles en la mano para captar fotos sin sentido. Francia celebrando su fiesta nacional, el 14 de julio. Embudo. El Ventoux se quedó sin carretera. Muro humano. La moto de la televisión francesa que filmaba a Porte frenó en seco para evitar el atropello. Porte se incrustó contra ella. Todos los espectadores vieron en su casa cómo el sorprendido australiano se metía en el salón. Froome y Mollema frenaron mientras se caían sobre Porte. Al montón. A Froome, otra moto, la que venía detrás, le dio la puntilla al aplastarle la bici. El caos.

Solo piensa en sobrevivir

Y el esperpento. Froome cayó en el pánico. Se echó la bici rota al hombro y, keniano él, salió corriendo a pie. El público asistía con las manos en la cabeza a un Tour ridículo. Froome, loco, dejó la bici inútil, peso extra, y siguió pateando con el maillot amarillo hacia la cima. El ciclismo del absurdo: eso no se puede hacer. Pero en un lío así nadie piensa en el reglamento. Sólo en sobrevivir, en nadar desesperado hasta la orilla. «Sabía que el coche de mi equipo iba a tardar cinco minutos. Por eso corrí», contó. Vio cómo le pasaba Porte, cómo le superaba el grupo de Quintana. Al fin, desde el coche neutro le dieron una bicicleta de repuesto. Otra escena cómica, de humor triste. La bicicleta tenía el sillín bajo y, para colmo, los tacos de sus zapatillas no eran compatibles con los pedales. El líder patinaba en cada giro de las bielas. Subía a cámara lenta. Silueta deformada, grotesca. Las imágenes repartían por el mundo el desprestigio del Tour y de la policía, incapaces de contener a la marabunta. El mal de altura, el exceso de éxito manchaba el Tour.

En ese desastre, cuando ya se le habían ido todos los rivales, llegó un coche del Sky. Froome se subió a una bici buena y tiró a la meta. Según el crono, ya había perdido el liderato. «Esto es un mierda inadmisible», bramó Porte. Froome callaba. Esperaba a los jueces. Al podio subió el vencedor de la etapa, el belga De Gent, más fuerte que sus compañeros de fuga Pauwels y el asturiano Dani Navarro. Pero nadie apareció para recoger el amarillo. Los comisarios estaban reunidos. Según los tiempos fijados en la meta, el liderato para el joven Yates. En la general provisional, Quintana aparecía 39 segundos por delante de Froome. El colombiano cogía aire tras un mal día: «Ha habido muchos desastres hoy, pero he ganado tiempo, que es lo importante».

En el Tour se abrió un debate: desde la posibilidad de expulsar del Tour a Froome por su trote sin bicicleta hasta darle -también a Porte- el tiempo con el que Mollema, que iba con él cuando el accidente, entró en la meta 19 segundos por delante de Yates, Aru, Meintjes, Bardet, 'Purito', Valverde, Quintana y Van Garderen. Los jueces de la carrera, tras un hora de reunión, decidieron colocar a Froome y a Porte con el mismo tiempo que Mollema, el primero que se levantó tras el impacto. La decisión de los árbitros fue lo menos malo de una jornada negra, triste y patética. Más allá de lo que dice el reglamento -abierto a interpretaciones-, el veredicto hizo justicia. Froome no merecía perder el liderato el día que confirmó su dominio. El escándalo del Ventoux tapó la fuga de De Gent, Pauwels y Dani Navarro. Ellos se repartieron la montaña más extraña de la historia del ciclismo.

De Gent fue el que mejor la descifró. A su ritmo. Subió como si su rival no fueran los otros ciclistas sino el Ventoux. Así lo domó. Y en el podio le dedicó el triunfo a Broeckx, el amigo y ciclista belga que se encuentra en estado vegetativo por otro accidente en carrera, otro choque con una moto. El ciclismo tiene que revisar su tamaño. O controla su éxito de público y mediático o se repetirá el penoso espectáculo del Ventoux. «Lamentamos profundamente lo que ha ocurrido», dijo Prudhomme, guía de este Tour enloquecido.

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