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Los Warriors, campeones de la NBA.
Los tiranos de la bahía

Los tiranos de la bahía

Los Golden State Warriors aspiran a un dominio hegemónico de la NBA, tras sumar su segundo anillo en tres años

Óscar Bellot

Martes, 13 de junio 2017, 09:37

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El pasado 4 de julio, mientras Estados Unidos festejaba el Día de la Independencia, Kevin Durant sacudía los cimientos de la NBA con una misiva publicada en The Players Tribune bajo el título My Next Chapter en la que anunciaba su incorporación a los Golden State Warriors, conjunto que venía de firmar la mejor campaña de todos los tiempos en el baloncesto estadounidense con 73 victorias y 9 derrotas pero que cayó en las Finales ante unos Cleveland Cavaliers que lograron remontar un 3-1 adverso para conquistar el primer anillo de su historia de la mano de unos excepcionales LeBron James y Kyrie Irving. Durantula decía así adiós a la franquicia de la que había formado parte durante sus nueve años en la liga, afincada primero en Seattle y posteriormente en Oklahoma City. Lo hacía para unirse al equipo que había tumbado, ese mismo año, su sueño de ser campeón. Las críticas fueron inmediatas. Múltiples voces se alzaron contra lo que entendían como una bofetada al espíritu que siempre había regido la competición ahora comisionada por Adam Silver: huir de las escuadras hegemónicas mediante una alambicada serie de normas destinadas a impedir que se junten demasiadas estrellas vistiendo la misma camiseta.

Durant es uno de los anotadores más voraces que ha conocido la NBA. Promedia 27,2 puntos en sus 703 partidos como profesional. Su capacidad para subir el balón como si fuera un base, pese a sus 2,11 metros de estatura, y una envergadura que le permite desempeñarse como ala-pívot cuando lo requiere la situación, complica en grado sumo su defensa. Los Warriors le recibieron con los brazos abiertos, conscientes de que se habían llevado a la gran joya del mercado de agentes libres. La pregunta que sobrevolaba el ambiente era si el equipo de Oakland sería capaz de encajar al alero en un ecosistema en el que todos los focos apuntaban a los Splash Brothers. Stephen Curry y Klay Thompson habían conducido a la franquicia californiana al quinto anillo de su historia, el tercero desde que se mudaran al estado dorado, al doblegar en las Finales del curso 2014-2015 a los Cavaliers. Una campaña en la que el base había encestado 23,8 puntos por encuentro y el escolta 21,7. Números que elevaron en la siguiente e inolvidable temporada, cuando el 30 anotó 30,1 puntos y el 11 aportó 22,1 por noche. Demasiado jugón para una única pelota, preconizaban quienes confiaban en un descalabro de la que muchos analistas habían bautizado como la mejor plantilla de todos los tiempos.

La maniobra, tutelada desde los despachos por Bob Myers, general manager de los Warriors, y Jerry West, arquitecto de los Lakers del showtime y consejero de la franquicia, tenía otros riesgos aparejados. Para liberar masa salarial, hubieron de desprenderse de jugadores como Harrison Barnes o Festus Ezeli. Optaron por dejar ir también a Andrew Bogut, convencidos de que Zaza Pachulia encajaría mejor en el roster del conjunto de Oakland.

El tiempo ha acabado dándoles la razón y demostrando, además, que la convivencia entre astros es posible cuando el egoísmo que devora a otros deja paso al sacrificio en pos de un bien mayor. Nadie lo sabe tan bien como Kevin Durant. Frustrado por una relación sobre el parqué que siempre fue convulsa con Russell Westbrook, el ex de la Universidad de Texas sintonizó enseguida con Stephen Curry, quien no dudó en acudir a los Hamptons, lugar de veraneo en la neoyorquina Long Island escogido por muchos famosos, junto a Klay Thompson, Draymond Green y Andre Iguodala para allanar la aclimatación de la nueva estrella de los Warriors y sentar las bases de la temporada que terminó con su triunfo frente a los Cavs en el Oracle Arena.

Aquel encuentro veraniego supuso la gestación de los nuevos Supervillanos de la NBA, etiqueta que le colgaron a los de la Bahía sus detractores. Los Warriors eran los Bad Boys del siglo XXI, retomando el apelativo con que se conocía a los Detroit Pistons en la época de Isiah Thomas, Bill Laimbeer, Joe Dumars y Dennis Rodman, entre otros. Y no por el juego sucio que muchas veces practicaban los de Michigan, sino porque su extraordinario poderío les convertía en el enemigo al que todos deseaban ver caer. Lejos de verse ofendidos, los Warriors acogieron el apelativo con orgullo. Eran los mejores y todos lo sabían. Con Draymond Green como líder moral, se dispusieron a tapar bocas, interiorizada la lección de la campaña anterior. Esta vez no se obsesionarían con batir marcas en la temporada regular. El único objetivo era cobrarse venganza de la derrota del curso precedente ante los Cavs.

Presentaron un balance de 67 victorias y 15 derrotas antes de alcanzar los playoffs, en los que se hicieron con el título de la Conferencia Oeste sin ceder un solo partido. Y ello pese a que los problemas en la espalda apartaron a Steve Kerr del banquillo hasta el segundo partido frente a los Cavaliers, obligando a Mike Brown, su ayudante, a capitanear la nave en su ausencia. El que fuera técnico de Cleveland salió victorioso del desafío, como ya hiciera el año anterior Luke Walton, hoy al frente de los Lakers, cuando le tocó manejar el timón en el fulgurante inicio de la temporada 2015-2016.

Con Kevin Durant en plan estelar, fantásticamente secundado por Stephen Curry y una gestión eficiente del banquillo frente a la confianza ciega de Tyronn Lue en los intocables de los Cavs, los Warriors aún hubieron de afrontar los fantasmas del pasado cuando la escuadra de Ohio se hizo fuerte en el segundo de los encuentros disputados en el Quicken Loans Arena y puso el 3-1. Idéntico balance al que tenían favorable los Warriors el año pasado y que derivó en un 3-4 que dio el anillo a la franquicia de Cleveland gracias a un triple de Kyrie Irving que no pudo interceptar Curry. Una canasta que provocó la desolación en el Oracle Arena. El mismo escenario en el que hoy se desató el júbilo con una victoria que los Warriors confían en que sea un nuevo paso hacia la articulación de una dinastía como la de los Bulls de los noventa. Las renovaciones de Curry y Durant serán los próximos pasos en pos de la misma

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