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VERGÜENZA AJENA

OSKAR BELATEGUI

Miércoles, 29 de noviembre 2017, 23:42

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'Vergüenza' arranca con su protagonista masturbándose en la cama mientras su mujer duerme a su lado. Una buena manera de retratar a este cretino egoísta, especialista en meter la pata en cada uno de sus actos. Un gañán que mira con lascivia el escote de su suegra, deja los calzoncillos sucios en el cuarto de baño, no tira de la cadena y se alivia con las fotos de Mariló Montero en el 'Lecturas'. Un arrebatador Javier Gutiérrez encarna al héroe de esta serie creada por Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero, que Movistar emite desde mañana. Diez capítulos de 25 minutos que demuestran la excelente salud de la ficción española que se sale de los caminos trillados.

La escueta duración de los episodios es perfecta para describir la cotidianidad de este fotógrafo de bodas y su chica, una empleada de oficina despedida por su tendencia natural a fastidiarla. Malena Alterio dota de ternura a esta pobre mujer -no muy lista, al igual que su marido-, que aunque nos parezca mentira quiere a un ser patético que enlaza una humillación tras otra. 'Vergüenza' provoca eso, vergüenza ajena. Hasta el punto de que a veces nos vemos obligados a retirar la vista de la pantalla. Su humor incomoda porque nos reconocemos en este tipo homófobo, racista, machista e insensible. El Mr. Bean de los 'cuñaos' es un espejo de nuestras miserias.

'Vergüenza' también contiene secundarios que sufren al protagonista. Su compañero de trabajo, un cinéfilo con problemas a la hora de encontrar pareja, y sus suegros, que huyen literalmente cuando advierten la presencia del idiota que se ha casado con su hija. Los capítulos no son autoconclusivos y la serie puede verse como una larga comedia troceada en diez partes. Hay agudas observaciones sobre la vida de oficina y una sátira sobre el mundo del arte, porque nuestro hombre, a pesar de carecer de talento alguno, se da ínfulas autorales y sueña con que sus fotos 'artísticas' acaben en alguna exposición. Cavestany y Fernández-Armero conjugan a la perfección el chascarrillo costumbrista y el humor cruel. Muestran a un españolito medio detestable y a la vez entrañable. No se la pierdan.

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