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INSUMISOS EUROVISIVOS

ÓSCAR BELLOT

Domingo, 13 de mayo 2018, 00:54

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La vida sigue igual'. Así se titulaba el tema con el que Julio Iglesias ganó en 1968 el Festival de Benidorm. Un año después, rotulaba una película protagonizada por el cantante que glosaba la transformación en estrella de la música de aquel joven que en 1970 defendería en Ámsterdam el pabellón español en el Festival de Eurovisión con 'Gwendolyne'. Quedó cuarto, un meritorio puesto en un certamen que por entonces contaba con doce concursantes. Han pasado casi cinco décadas pero, en efecto, la vida sigue, en ciertos aspectos, casi igual.

Ahí resiste impertérrito un evento que atrae a millones de espectadores y que genera riadas de análisis. ¿Quién no ha leído, escuchado o visto a estas alturas un resumen de la suerte que corrieron anoche Alfred y Amaia en Lisboa? Lo sabemos todo incluso quienes huimos con espanto de cuanto atañe a este 'show' devenido en plañidero objeto de reproches por parte de los perdedores y de insólita reafirmación patriótica entre los vencedores. Reacciones unas y otras que los insumisos 'eurovisivos' acogemos con estupor.

Por estos últimos conviene romper una lanza al término de una semana en la que continuamente han sido bombardeados con noticias sobre el certamen. Tranquilos, la liberación ha llegado. Ya no tendrán que sentirse como marcianos al verse sumidos, aun a su pesar, en fervorosas conversaciones sobre favoritos, pifias y momentos surrealistas de la noche.

La pesadilla terminó. Mañana amanecerá un nuevo día y ya sólo quedarán los rescoldos con que trufar charlas en las que, a buen seguro, de vez en cuando se cuela también otra esperpéntica situación vivida en 'Supervivientes' o la enésima cobra de 'First Dates'. El mundo no es perfecto pero sí que evoluciona, al menos en algunos sentidos. Piensen que hace unos cuantos años apenas quedaba otra que apagar el televisor para escapar de tan indigesto menú. Hoy tenemos un abanico tan amplio de opciones con que llenar nuestras horas de esparcimiento que el tormento es mucho menor, incluso para aquellos a los que la mera mención de Eurovisión ya provoca dolor de cabeza.

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