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SOÑADORES

CARLOS SANTAMARÍA - ANECDOTARIO

Jueves, 14 de diciembre 2017, 23:59

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La larga fila crecía y serpenteaba lentamente, una hilera de personas que se apretujaban delante de las taquillas del teatro y las puertas de los bares. El frío de la noche cortaba las mejillas, por eso a cada rato la gente se ajustaba las bufandas y se soplaba las manos a la espera de que abriesen las puertas. Por fin nos dieron paso; fila 6, butaca 8.

Detrás del telón rojo se adivinaban los últimos pasos furtivos, silenciosos como pisadas de gato. Las luces se apagaron y de repente apareció una chica en mitad del escenario: «Sabemos que parece una locura», dijo la presentadora ante el micrófono; era la encargada de introducir el espectáculo, de explicarle al público cómo han logrado sacar adelante la primera compañía de ópera del mundo formada por personas con discapacidad. «El trabajo ya está hecho»- dijo finalmente- «Esta noche es para disfrutar».

Yo había ido al teatro con esa condescendencia blanda del que acude a la obra de navidad de su sobrino pequeño, pero estaba equivocado. Lo entendí enseguida, cuando Enrique se quedó sólo en el escenario y se puso a bailar un tango de Gardel. Yo lo miraba hipnotizado y pensaba en el poema de Henley que se hizo famoso gracias a Mandela y a la película 'Invictus': «En las azarosas garras de las circunstancias nunca he llorado ni pestañeado. No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma». Por el aire del teatro iban y venían los acordes herrumbrosos del viejo tango 'Volver' mientras Enrique bailaba con una escoba y el tiempo se detenía.

La ópera se titulaba 'Imagina sin límites' y en ella un grupo extraordinario de actores con discapacidad nos fueron contando y cantando una historia llena de luchas, enredos, amores y familias enfrentadas; en realidad era una historia de soñadores. Los actores nos asombraron con su talento, los músicos y bailarines pusieron al público en pie y cuando se terminó todo nos rompimos las manos aplaudiendo. «Me he emocionado mucho», decía una chica secándose los ojos en el pasillo del teatro. Mientras salía pude ver en las butacas a muchas familias abrazándose. Sólo nos contaron una, pero esa noche en el Teatro Bretón había cientos de historias de soñadores.

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