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NOVENTA AÑOS DE UNA FOTO

GABRIEL INSAUSTI PROFESOR DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

Sábado, 23 de diciembre 2017, 00:06

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Está en la memoria del bachillerato la fotografía de diciembre de 1927, en el Ateneo de Sevilla, con Alberti, Lorca, Chabás, Bacarisse, Guillén, Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Falta Salinas, catedrático en Sevilla, quizá de viaje, y Cernuda, que estuvo entre el público. También algunos amigos -Prados, Altolaguirre, Aleixandre- que publicarían pronto su primer libro. Si el homenaje a Góngora fue la piedra de toque de esta generación, esta imagen es su icono.

Agrupada en torno a la Residencia de Estudiantes, el magisterio de Jiménez y un puñado de revistas, el 27 presenta un perfil menos plano de lo que parecería en principio. ¿Generación de la amistad? Tal vez, pero sus epistolarios echan humo. ¿Adopción de las vanguardias? Sin duda, pero junto con el cultivo efímero de los ismos están los sonetos clásicos de Alberti, Lorca, Diego... ¿Poesía popular? Quizá, atenta al susurro del hermetismo de la inmensa minoría que cultivaban Salinas y Guillén. ¿Dada a la brillantez y la metáfora? Puede, pero con la preferencia de Cernuda por la imagen y el tono apagado del último Bergamín. ¿Encerrada en el purismo y el culto a Valéry? En ocasiones, pero al tiempo embarcada en la poesía «impura» y la «rehumanización» que defendería Alonso. La pluralidad es tal que «generación» debe emplearse con cautela. Lo probaron todo, dieron bandazos y suscitaron entusiasmos.

Es imposible encerrar al 27 en una fórmula definitiva: la República, el calor político y el desembarco de Neruda abrieron nuevos senderos. El exilio y el franquismo, cambios menos estridentes y dignos de interés. Cernuda bebió de los poetas ingleses e inició una senda muy fecunda para otros poetas. Con sus compañeros de exilio forjó la imagen de España convertida en una idea viva sólo en la memoria. Aleixandre abandonó su escritura surreal e imaginario paradisíaco por un tono más comunicativo. Alonso estalló con el grito de su poesía desarraigada en el yermo de una España asolada. Con 'Clamor', Guillén introdujo la historia y el drama en la falsilla marmórea de 'Cántico'. Lo que queda de aquella fotografía, tras las reevaluaciones y los centenarios, tras el espaldarazo del Nobel a Aleixandre y la leyenda en torno a Lorca, tras la memoria de 'La arboleda perdida', las ediciones completas de raros como Altolaguirre y tardíos como Bergamín, es un lugar definitivo en el canon pero también, ¡ay! en el olvido de este bachillerato.

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