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UN MUNDO FELIZ (?)

ALBERTO PIZARRO

Viernes, 10 de noviembre 2017, 00:10

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Carlos Ramírez inauguró exposición el 20 de octubre en Beratúa 39/41, con título sugerido por la novela Huxley. Zorromono -así firma su arte- es un treintañero irónico, que entiende hay muchas personas que son más sensibles a lo que les acontece a los animales que a los humanos, y ahí radica el busilis de la obra que nos ofrece. A decir del profesor Javier de Blas, ha sido uno de los alumnos más brillantes de la Esdir. Su pretensión explícita es que nos enfrentemos al presente desgarrador, y que lo tenebroso y lo grotesco nos induzcan al debate. Aunque a mí me parece que entiende el arte como una actividad casi sagrada, propia de un chamán. Sus resortes mentales más recónditos, su obsesión por lo fúnebre y patético, y ciertos rasgos de los estados de sueño son los que alumbran sus simbólicas imágenes.

Las 35 estampas xilográficas, monotipos, dibujos y pinturas sobre soporte textil son fruto de su residencia en La Lonja desde junio hasta octubre de 2017. Los seres que pueblan sus cuadros componen un variado 'animalario' influenciado por los caballos que su padre tenía en Nalda y por el Faetón de Miguel Ángel. Aunque de no saber que lo expuesto es una instalación realizada ex profeso, podríamos haber imaginado que eran reproducciones de los dibujos que aquellos artistas geniales del Paleolítico hicieron en el techo de las cavernas, sobre las que nuestro artista habría introducido elementos de la civilización (cadenas, sillas, cruces, ladrillos, teclados, etc.). Obras que por su desgarrado expresionismo, desolación y negritud crean ámbitos apocalípticos que deberían haber movido a la concurrencia a abrazarse. Pero no. Aunque barrunto que si alguien hubiera chillado estrepitosamente a espaldas de E.E., cuando hablaba conmigo con su turbadoramente deliciosa boca riente, ella habría dado un salto para trabárseme en cuello y caderas. ¡Por qué no aulló alguien!

Pero la actitud meditativa a que quiere llevarnos Zorromono no caló en gran parte de los asistentes. Estaban de parla, escuchando la música punk del pinchadiscos Txejoslovaco o degustando los siempre abundantes vinos y viandas. Empero, cabe sacar dos conclusiones. Una, serísima: la exposición hay que verla con menos gente en la sala, con más sosiego, para reflexionar sobre ciertas claves; para gozarla. Otra, esperanzada: el futuro promisorio de la afición a la pintura, a juzgar por los muchos niños que allí había; aunque, a decir verdad, más atentos a corretear y al cuenco con patatas fritas que a las escenas de devastación y las frases escatológicas de las telas.

Si usted es de los que se hace de cruces ante este tipo de pintura, no más poner pie en sala -tiene ocasión de hacerlo hasta el 2 de diciembre- recuerde el concepto de Delacroix: «Lo bello es lo extraño». La belleza es diversa y no hay una prescripción natural de la misma. Por eso, y porque soy algo volteriano, hace al caso recordar que «lo bello, para el sapo macho, es el sapo hembra». ¿Estamos?

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