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MANOS  UNIDAS

MANOS UNIDAS

«Se necesitan manos que hagan corro, que construyan hogares y excaven pozos de agua; que salven del naufragio, enjuguen frentes, laven llagas, cocinen alegrías; manos que siembren paz y que acaricien, que recojan, cobijen intemperies, que perdonen, consagren y bendigan»

IGLESIA

Domingo, 18 de febrero 2018, 00:56

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Tráiganme todas las manos». Así decía la canción de La Muralla, del grupo Quilapayún, que Ana Belén y Víctor Manuel volverían a interpretar y popularizar en los años ochenta: «Para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos, los negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos». El cantor pedía manos, todas las manos, para juntarlas y levantar una muralla que se cerrara herméticamente al mal (al veneno y el puñal) y que se abriera al bien (al corazón del amigo).

Una hermosa petición. Porque todas las manos son necesarias para levantar obstáculos a la violencia, a la miseria, a la injusta desigualdad. Como necesarias son todas las manos y necesarios todos los corazones para derribar alambradas y prejuicios. Que son demasiadas las vallas, las fronteras, las discriminaciones que siguen alzándose cada día en el corazón de las personas y de las estructuras sociales y políticas. Bastaría recordar el tristemente famoso muro de Berlín para caer en la cuenta de cuánto dolor, cuánta herida personal y familiar, cuánta opresión pueden ocasionar los muros. Y, por desgracia, siguen construyéndose.

Se necesitan manos que hagan corro, que construyan hogares y excaven pozos de agua; que salven del naufragio, enjuguen frentes, laven llagas, cocinen alegrías; manos que siembren paz y que acaricien, que recojan, cobijen intemperies, que perdonen, consagren y bendigan. Manos que limpien suelos y conciencias, que planchen las arrugas de la vida, que horneen y repartan el pan tierno; manos que abran las puertas y ventanas al sol, al inmigrante, al diferente y le ofrezcan su mesa, un sorbo fresco, un puesto de trabajo y esperanza.

Hoy, con el lema «Comparte lo que importa», celebramos el Día de Manos Unidas, ONG de la Iglesia católica, que lucha contra el hambre, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo. Y que, además de atender situaciones de extrema necesidad, intenta erradicar sus causas.

Hoy, parroquias, colegios y asociaciones católicas de La Rioja harán un especial esfuerzo de oración, concienciación y colecta económica en favor de tres de sus proyectos: mejora de un centro sanitario en Lesotho, acceso al agua en un centro rural de salud en Zambia, formación en salud sexual y prevención del sida en Zimbabwe. ¿Cómo no sentirse interpelados a unir nuestras manos y colaborar?

En el templo de Jerusalén, un muro de piedra separaba el patio de los judíos del patio de los paganos. Flavio Josefo narra cómo había letreros que prohibían el paso a los extranjeros bajo pena de muerte. Las legiones romanas derribaron el muro en el año setenta. Pero el muro principal, el del odio, ya había sido derribado por Jesús de Nazaret, dando su vida por amor a todos sin distinción. Como señala Pablo (Ef 2, 14-16): «Cristo es nuestra paz: él ha hecho de los dos pueblos uno solo, derribando en su cuerpo el muro de enemistad que los separaba».

Eduardo Jordá es testigo de cómo ir de la mano fortalece fragilidades, despeja incertidumbres, llena de confianza: «No somos mucho: un hombre y una niña/ en la húmeda noche de verano. / Nadie nos mira, nadie nos conoce. /Y vamos de la mano entre las sombras, / sin prisa, mientras muge el mar inquieto. (...) Nada es, si nada dura. Y caminamos/ sin saber hacia dónde, ni si existe/ el camino de vuelta, o si hay camino. / Pero sé que tu mano está en la mía, y que todo irá bien si no la sueltas».

Si las manos de un padre y de su niña pueden dar tanto fruto, ¿qué frutos no darían las manos fraternalmente unidas de toda la humanidad?

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