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Joachim Meyerhoff.
Joachim Meyerhoff: «Fue genial tener otro mundo además del mundo 'normal'»

Joachim Meyerhoff: «Fue genial tener otro mundo además del mundo 'normal'»

El autor alemán revive su infancia en un hospital psiquiátrico en 'Que todo sea como nunca fue', segunda novela de su trilogía autobiográfica

PILAR MANZANARES

Sábado, 18 de abril 2015, 08:28

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Era un bebé cuando llegó a aquella casa ubicada dentro del Hospital Psiquiátrico de Hesterberg. Su padre, psiquiatra infantil y juvenil, fue nombrado director de la institución y toda la familia se mudó a la villa destinada para ellos dentro del recinto. «Lo primero que recuerdo son los gritos de los pacientes que rugían alrededor de nuestra casa por las noches», cuenta Joachim Meyerhoff, el actor y escritor alemán que acaba de publicar 'Que todo sea como nunca fue' (Seix Barral).

Se trata de la segunda novela de su trilogía autobiográfica -la primera es 'América'- y comenzó a escribirla hace unos años, cuando se dio cuenta de que quizás su pasado sí tenía algo de particular. «Hasta ahora no había reparado en que haber crecido en un hospital psiquiátrico fuera especial, pero cuando comencé a pensar en ello me sentí abrumado por la experiencia», afirma. Con una mezcla de humor y dolor, esta novela locamente divertida y locamente conmovedora , como a Meyerhoff le gustan las historias, ha logrado convertirse en el 'bestseller' sorpresa en Alemania.

-¿Cómo recuerda su infancia en aquella clínica psiquiátrica?

-Agitada, pero también repleta de episodios muy divertidos. Crecí en una casa ubicada en un gran terreno donde no solo estaba el psiquiátrico, también una escuela de jardinería, huertos, salas. Conocía al personal y también a muchos de los pacientes, ¡había más de 1.500! Y aunque es verdad que era un lugar en el que se daban cita muchos destinos terribles, yo de niño rara vez me sentí angustiado o asustado. Estaba mágicamente atraído por todo aquello. Quizás por eso lo que puede parecer extraordinario para mí era lo normal.

-¿Tenía amigos entre los pacientes?

-Sí, muchos. 'El campanero', un gigante que me llevaba sobre sus hombros. Era una sensación sublime estar sentado allí arriba. ¡Y qué gran vista! Ferdinand, el autista que dibujó cientos de gatos para mí y que era un fantástico inventor de mundos imaginarios. Konrad, un niño con una discapacidad espástica que tenía una bicicleta con tres ruedas especialmente hecha para él y que me llevaba sentado en el manillar. Marlene, una gran chica suicida de la que me enamoré un poco. Eran muchos los amigos.

-¿Sentían curiosidad sus otros amigos, los de la escuela, por ese otro mundo?

-Sí, estaban fascinados con él y siempre querían venir a verme. Podíamos viajar en los camiones en los que se traía la comida, teníamos las llaves del gimnasio. y también les interesaba hablar con los pacientes. Era un lugar muy emocionante y con una energía tremenda.

-¿Alguna vez se sintió un niño diferente?

-Creo que no. O tal vez lo hice. No lo sé. De pequeño tenía grandes dificultades para concentrarme y a veces me cogía unos terribles berrinches. Por supuesto, y al contrario que fuera, esto no era un problema dentro del psiquiátrico. Para ser honesto, durante mucho tiempo no tuve la sensación de que yo estuviera más sano de lo que lo estaban los pacientes. Mi criterio para discernir lo que se definía como normal de lo que no lo era se disolvió bastante pronto. Ahora creo que nuestra idea de locura es algo muy vago.

-Durante esos años, ¿qué fue lo mejor?

-Fue genial tener otro mundo además del llamado mundo 'normal'. Vivir allí fue mil veces más interesante que ir a la escuela. Por supuesto que también vi muchas cosas terribles, pero aún me sorprendo al pensar que en ningún momento sentí estar realmente en peligro.

-Su experiencia, ¿ha cambiado su mentalidad, su perspectiva de la vida?

-Así es. No me gusta que la vida sea como un perro entrenado, sino intensa y hasta que sobrepase los límites de lo que se considera apropiado. Aquellos pacientes que conocí pocas veces se comportaban sin entusiasmo, no disimulaban, eran maravillosamente expresivos. Con esto no quiero idealizar aquello, pero creo que por nuestro propio bien sería necesario que empatizáramos más con los débiles, con los que necesitan ayuda. Se puede aprender mucho con ellos.

-En la novela usted escribe «inventar es recordar».

-Me permito inventarme las cosas cuando la memoria falla, porque una invención puede acercarse más a la verdad que la investigación más concienzuda. La mayoría de las cosas sucedieron exactamente como las cuento, pero hay muchas maneras de recordar. Hay recuerdos ligados a una atmósfera, recuerdos de acontecimientos precisos, intuiciones de estados internos de la mente... Mis recuerdos son a menudo caóticos y disfruto haciéndoles cobrar vida con diferentes métodos. Inventar es uno de ellos.

-Esta novela es la segunda de su trilogía autobiográfica, o 'de recuerdos' mejor por lo que acaba de decir. Ahora que está escribiendo la tercera, ¿podría adelantar algo?

-Se ocupará de aquel tiempo que pasé en la escuela de teatro y en el que viví con mis abuelos en Múnich. Con mi abuela, también actriz, una señora fantástica y una diva teatral real. Y con mi abuelo, que era filósofo. Una época muy peculiar. Tanto ésta como las anteriores están ambientadas en un mundo especial y en todas conjugo la risa y el dolor, me gusta que un libro sea locamente divertido y locamente conmovedor, es una tarea difícil, pero es que mi vida es así también.

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