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EL FINAL DEL                  ROMANCE

EL FINAL DEL ROMANCE

JOSU EGUREN

Lunes, 19 de febrero 2018, 00:42

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De todo lo malo que se puede decir de la ya extinta trilogía de E.L. James, con atención especial a su pastelosa romantización de las relaciones tóxicas que poco tiene que ver con los contratos de sumisión sadomasoquista, la peor es que ha desaprovechado la oportunidad de tratar la sexualidad femenina desde una óptica mainstream, confinando la expresión gráfica del deseo dentro de los límites de un plano medio más allá del cual todas las fantasías son tratadas como temas tabú.

Tras la frustrada tentativa de la fotógrafa y artista visual Sam Taylor-Johnson, que probó a palpar las zonas erógenas del fuera del campo con un inocente montaje en el que los brotes de morbo eran continuamente interrumpidos por la falta de química entre los protagonistas, James Foley (increíble que sea el mismo que dirigió la muy notable 'Hasta la noche, mi amor') ha optado por ilustrar el texto sin barnices, dejando en evidencia la zafiedad de una literatura antierótica y moralista que se espeja de manera inconsciente en romances adolescentes como el de la saga 'Crepúsculo'.

Si los 90 noventa sellaron el acta de defunción del cine erótico, y los 2000 exiliaron a los últimos románticos del porno -véanse las filmografías de Joe D'Amato y Mario Salieri- poco antes de que los grandes YouTubes del cine X extinguiesen la posibilidad de un relato cinematográfico de contenido sexual, 'Cincuenta sombras de Grey' se propone hacer lo propio con el erotismo femenino, poniendo a prueba la autonomía afectiva y sexual de su heroína con amenazas a las que se enfrenta para terminar sometida a la más torpe y normativa relación de pareja imaginable. Que la última entrega devenga en thriller corporativo constata que para la autora el manifiesto de Sacher-Masoch era tan solo un sensacionalista punto de partida para argumentar en favor de un clásico cuento de hadas con final «feliz».

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