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Lunes, 4 de diciembre 2017, 19:30
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Desde hace veinte años, sendas plaquitas conmemoran, a la entrada de los monasterios de San Millán, su inscripción en la lista de bienes Patrimonio de la Humanidad. Llevan grabado el emblema oficial del organismo internacional, una especie de templete griego cuyas columnas forman la palabra Unesco. Solo hay 1.018 lugares en todo el mundo que pueden lucirlo (46 de ellos en España). Y San Millán deberá agradecer una buena parte de esas dos placas al informe que presentó Henry Cleere (Croydon, Reino Unido, 1926), doctor en Arqueología por el University College de Londres y autor de varios libros sobre la gestión del patrimonio arqueológico. Cleere ocupaba en 1996 la coordinación del Comité de Patrimonio Mundial del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos), la ONG cuyos informes siguen los delegados de la Unesco a la hora de votar la inscripción o no de un bien en la lista de Patrimonio de la Humanidad. Rara vez los desobecen.
Hery Cleere visitó San Millán en noviembre de 1996. Recorrió los monasterios de Yuso y de Suso, acompañado por el entonces prior, Jesús Lerena. En aquel momento no dijo ni palabra, más allá de las elementales muestras de cortesía, aunque en su informe posterior -que no se reveló hasta el día de la votación final- se mostró vivamente impresionado por lo que había visto en Suso. Tal vez por su formación académica, a Cleere no le sedujo tanto la importancia filológica del scriptorium emilianense como su singularidad histórica, al marcar el paso del eremitismo casi salvaje a una comunidad monástica reglada. Por todo ello, consideró que cumplía con varios de los criterios exigidos por la Unesco y recomendó su inscripción en la lista de bienes Patrimonio de la Humanidad. Mencionó expresamente el «excepcional testimonio» que brindaba San Millán de Suso de la introducción del monacato cristiano y su perviviencia desde el siglo VI hasta nuestros días y también su «sobresaliente relación» con el «moderno idioma español hablado y escrito» desde las Glosas hasta Gonzalo de Berceo. Las conclusiones de Cleere fueron acogidas sin rechistar por los delegados de la Unesco.
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