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Retrato de Francisco de Quevedo.
«Al maestro, puñalada»

«Al maestro, puñalada»

La inquina y la envidia marcaron las «terribles» relaciones de Cervantes con sus coetáneos

Miguel Lorenci

Viernes, 15 de abril 2016, 14:37

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Las relaciones de Miguel de Cervantes Saavedra con sus coetáneos eran más que tensas. Terribles. Lope de Vega, Quevedo y Góngora fueron enemigos declarados, además de vecinos muy mal avenidos del autor del 'Quijote'. Habitaron todos en el mismo barrio hace cuatro siglos, hoy llamado de las Letras, arrabal farandulero y de la vida canalla en el XVII. Se odiaron con inquina, con la misma mala baba que destilan hoy los programas mas casposos de la telebasura. Pero eso sí, las invectivas e improperios que intercambiaron estos gigantes de las letras, eran acordes a su notable genio.

Acaso fue Cervantes el más elegante en el insulto, como el maestro de la ironía que era, y quien mejor contuvo sus vindicativas pasiones. Quevedo, puro vitriolo, fue el más despiadado y mordaz. El vanidoso Lope, amigo de Cervantes durante años, despreciaba a todos desde la atalaya de su éxito, y el arruinado y oscuro Góngora se mostró siempre altivo e ingenioso.

Comediantes y musas en el barrio de Parnaso

  • El eje vertebral del barrio de las Letras es la Calle de las Huertas, con hitos como la estatua de Cervantes frente al Congreso, y las de Lorca y Calderón de la Barca en la Plaza de San Ana, antes del Príncipe Alfonso. Las calles de Atocha y la Carrera de San Jerónimo marcan sus límites. Barrio de las Letras es una denominación muy reciente, de cuando José María Álvarez del Manzano era regidor. Fue antes el barrio de los Comediantes, de las Musas, del Parnaso o Literario. «Es el barrio de la bohemia, la farándula y la mala vida, los poetas y las putas, como Montmartre en París o el Trastévere en Roma» apunta el guía Juan Carlos González. Explica que Las Huertas era territorio en el XVII de «esposas de Cristo y hermanas de Venus, esto es, monjas y meretrices». «Había muchos más lupanares que huertos, casas de consentimiento para una soldadesca castigada por la sífilis» dice el guía sobre las calles que transitaron también Marcela San Félix, la hija poetisa y monja de Lope, Carmen de Zayas, Luis Vélez de Guevara, Ramón de la Cruz, Moratín, Ruiz de Alarcón o Zorrilla. Muy mujeriego, Lope aterrizó en el barrio en su triunfal madurez, y tras su segunda boda. Adinerado, pudo comprar un recio y noble caserón con patio y huerto, irónicamente situado en la hoy calle de Cervantes que pagó «en tres incómodo plazos». Viviría en concubinato con su amante Marta de Nevares, su Amarilis, en esta casa museo que visitan 65.000 personas cada año. Se sabe que sus restos estuvieron en la Iglesia de San Sebastián, donde se casó Valle-Inclán, pero que por impago de la sepultura fueron removidos. Quizá al osario común del muy próximo «cementerio de los comediantes», hoy jardín de una floristería.

«Elijamos entre los adjetivos malas, malísimas y terribles para calificar las relaciones entre los genios y vecinos del Siglo de Oro», dice Fernando de Prado, especialista en la época y promotor de la búsqueda de los restos de Cervantes. No le cabe duda de que «quién más leña y menos cariño recibió fue el padre de la novela». «Cuando Cervantes se establece en Madrid es un viejo. Con una esperanza de vida de apenas 60, él vivió 70; diez de propina, pero tuvo que aguantar carros y carretas. Tenemos un refrán que dice 'Al maestro, puñalada'. Se cumplía entonces y se cumple ahora», asegura De Prado.

Con su 'Quijote' recién impreso, Cervantes llegó de Valladolid en 1606 a un barrio de menestrales y corrales de comedias, de figones y lupanares, de tabernas y conventos, muchas huertas, algún noble y varios libreros. Era la periferia del Madrid cortesano que se acababa en el arroyo de Recoletos y el olivar de Atocha. Un barrio barato y arrabalero entonces, hoy céntrico, de copas y ocio, y cargado de memoria de la mejor literatura, del Siglo de Oro al esperpento, de Lope a Valle-Inclán y Lorca.

Cervantes ocupó al menos tres modestas casas de alquiler, «lóbregas y húmedas». En el barrio más barato de la nueva Corte buscó la cercanía de los corrales de comedias del Príncipe y de la Cruz, y el 'mentidero de los representantes', donde cómicos y autores hallaban sustento. Ninguna sigue en pie, pero una placa recuerda la que tomó en la actual calle de Cervantes, en su día de los Francos, y en la que moriría el 22 de abril de 1616 tras profesar en la Orden Tercera de los Franciscanos.

Con piezas como 'El Trato de Argel' y 'La Numancia' buscaba don Miguel en el teatro una fortuna que nunca llegaría. Le acompañaban 'las Cervantas', su extenso clan femenino, y le precedía la mala fama de ser un proxeneta que explotaba a estas mujeres. En el límite del barrio está la imprenta de Juan de la Cuesta, de donde saldrían los primeros 1500 ejemplares del Quijote en enero de 1605.

«Es un anciano que irrumpe en la corte con una obra maestra y a todos los grandes escritores no les queda otra que reconocerlo. Les gustaría o no, lo reconocerían o no, pero la genialidad del 'Quijote' es un hecho. Aquel 'viejo de mierda' para algunos había escrito una obra inigualable. Y eso resulta imperdonable», apunta De Prado. Pobre, sin contactos ni padrinos, autor de una obra «humorística» y por tanto menor, Cervantes es la diana ideal para insultos como « mentiroso, envidioso y colérico» .

«Poetas, dramaturgos y escritores se pegaban navajazos en forma de verso, de pieza teatral, a voces o mediante corrosivos libelos como 'La Spongia'. Se hacían las canalladas más gordas que quepa imaginar», dice de Prado. Ruiz de Alarcón llama 'gran pata coja', a Quevedo. Este le llama en un soneto «poeta entre dos platos». «'Galápago eres y galápago serás' le dice al pobre hombre porque era corcovado» evoca De Prado.

Félix Lope de Vega y Carpio, paradigma del éxito, la fama y la fortuna, tuvo la casa más rica y noble del barrio. Titán de la letras y el teatro «era tan famoso entonces como hoy Messi o Ronaldo. Se le piropeaba en la calle y en la casas su efigie estaba junto a las de la Virgen y Cristo», explica Juan Carlos González, guía de Carpetania Madrid. «Es el más envidiado por su enorme éxito, y ahora, como hace cuatro siglos, en este país no se perdona el éxito», dice De Prado.

'Puerco en pie'

Lope y Cervantes se conocieron en 1583, en casa del cómico Jerónimo Velázquez, y la temprana y mutua admiración que el novelista expresó en 'La Galatea' y el dramaturgo en 'La Arcadia' se tornó pronto en inquina también mutua. Cervantes, quince años mayor, le dedicó un hiriente soneto minando su arrogancia y el ejercicio de egolatría de la portada de 'El peregrino de su patria', con 19 torres en su escudo, una estatua de la Envidia y un elogio de Quevedo.

Lope dice en una carta juzgando a los poetas que «ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote». En el colmo del desprecio, envió a Cervantes un soneto por correo 'contra reembolso'. Cervantes pagó creyendo que recibiría un elogió y soportó como Lope le llamaba 'puerco en pie' aludiendo a su condición de «marrano», de judío converso. «De culo en culo por el mundo va / vendiendo especias y azafrán romí / y al final en muladares parará», decía un ofensivo terceto.

«Eran lo peor de lo peor. De bolsa bien nutrida, el viperino Quevedo, dice la leyenda, compró la casa donde Góngora malvivía arruinado para convertirse en su casero y darse el gustazo de ponerlo de patitas en la calle, de desahuciarlo por impago», explica De Prado. La casa de Góngora en la confluencia de las antiguas calles del Niño y de Cantarranas, se alzó en lo que es hoy es la esquina de Quevedo con Lope de Vega.

Tiraban de daga real o literaria y se hacían unos destrozos tremendos. Se atribuye a Quevedo la sátira que comienza «¡Alguacil del Parnaso, Gongorilla!» y llama al vate «perro de los ingenios de Castilla». Se cuenta que para perfumar la casa y «desengongorizarla» quemó poemas de Garcilaso.

«Érase un hombre a una nariz pegado», escribe Quevedo de Góngora en su famoso soneto, tildándolo de «alquitara pensativa» y «peje espada mal barbado». Dice que «duerme en latín y sueña en griego» e incluso tras la muerte del porta cordobés le dedica lindezas como «hombre a quien la limpieza fue tan poca () que nunca se le cayó la mierda de la boca».

Góngora le devuelve la pelota con versos como «Anacreonte español, no hay quien os tope...». Llama a Quevedo «cegato», «la culta latinparla» por su pedantería y «pies de cuerno». «Peor es tu cabeza que mis pies / Yo polo, no lo niego, por los dos, / tú puto, no lo niegues por los tres» contesta Quevedo a un Góngora que tildaba de «borrachos» a Quevedo y a un Lope que para el cordoñés era «una enfermedad».

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