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CRÍTICA DE TEATRO

ADIÓS A BERLÍN

JONÁS SAINZ

Sábado, 27 de mayo 2017, 00:00

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Es horrible, les encantará. Como la pensión barata que Ernst le recomienda a Cliff al llegar a Berlín, este 'Cabaret' 'cincuenta aniversario' es un peñazo de grandísimo éxito, con la única diferencia de que es bastante caro. Así que, no haga demasiado caso si lee estas líneas ingratas, y vaya a disfrutar sin prejuicio de su generosa inversión en ocio pseudocultural, en evasión o en lo que sea este tostón. Hágase un selfie y cuélguese usted mismo en las redes viendo uno de los musicales más clásicos e irreverentes convertido en salchicha frankfurt industrial de consumo masivo.

La vida es un cabaret, es cierto, y es tentador travestirse por la noche entre jornada y jornada, pero si incluso el espectáculo es tan tedioso como esta producción franquiciada, mejor nos olvidamos del jolgorio una temporada y nos ocupamos de cosas más serias. No queda en este montaje apenas nada del espíritu transgresor que debió de tener entre guerras aquel Berlín humeante. Tampoco del impacto irreverente y dramático que cabe imaginar al musical original de Broadway en los sesenta. Ni mucho menos soporta la comparación con la chispeante película de Bob Fosse del 72 y la sensacional Liza Minelli. Todo lo más, si usted vio antes otra versión escénica más modesta, esta le deslumbrará o al menos le parecerá digna. No en vano es una producción potente, diseñada para triunfar y expandirse en la Gran Vía madrileña, donde la densidad de musicales amenaza ya con dimensiones de burbuja inmobiliaria. Digna, sí, ejecución del clásico y su partitura, pero muy pobre interpretación de su esencia provocadora y dramática.

Para evitarles más sopor, solo mencionaré la importancia en la obra del atractivo y decadencia de la República de Weimar, del auge del nazismo y el consentimiento tácito de una sociedad cómplice. Todo esto, que es básico en la novela original de Christopher Isherwood, 'Adiós a Berlín', funciona como contrapunto esencial en el musical de Masteroff y Kander, pero en este montaje se hace plomizo por la bajísima exigencia aplicada a su dramatización. La parte teatral del 'Cabaret' de Jaime Azpilicueta es tan floja, hierática y rancia que la historia de fondo resulta un prescindible relleno dentro del musical.

Y si obviamos el espinoso romance entre Cliff y Sally, el drama entre Schneider y Schultz y la ominosa presencia del nazi Ernst, todo lo que nos queda, es el Kit Kat Club y sus números más inolvidables. Desde el emblemático y gamberro 'Willkomen' hasta la despedida, Armando Pita es un gran maestro de ceremonias, Teresa Abarca brilla especialmente en una despechada versión de 'Cabaret', el tema principal, y ambos están correctos, sin más, en un 'Money, money' bastante soso, oropel comparado con la grotesca sátira que encierra. Me sorprendió el impactante final de cámara de gas, lo reconozco, o quizás solo me alegré de que llegase.

Lástima, me perdí la cuarta gran canción, 'Bye, bye, mein herr', la de las sillas. No, no me dormí; es que se ha prescindido de ella por un problemilla con los derechos de autor. Qué más da. Cosas del . Y ya se sabe que el show debe continuar. Les encantará.

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