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ANECDOTARIO

POSTUREO EN EL MUSEO

CARLOS SANTAMARÍA

Viernes, 26 de mayo 2017, 00:08

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En el capítulo final del libro 'La vuelta a Europa en avión', Manuel Chaves Nogales reflexiona sobre el viajero moderno. Nogales, con ese estilo impecable suyo, critica la pose de los turistas que aparentemente viajan movidos por la búsqueda de las mas sublimes emociones pero cuyo único objetivo no es otro que presumir a la vuelta: «Viene usted aquí únicamente para poder algún día tomar la palabra en su club y decir: 'Una noche en Venecia paseábamos por el gran canal.'. ¿No es eso? Pues no sea usted tonto. Porque diga eso ya nadie le tendrá por más culto, ni por más espiritual, ni por más sensible. Ya no se engaña a nadie con esas cosas». El párrafo es de 1929 y hoy seguimos igual, no hemos aprendido nada. La moda del postureo que denunciaba Nogales en ese libro soberbio alcanza hoy sus más altas cotas de elaboración; todo se hace para exhibirlo, para contarlo, para mostrárselo al mundo. La RAE, en un intento por modernizarse, ha admitido a trámite el término 'postureo' para que se incluya en futuros diccionarios. Lo define como el conjunto de actos y actitudes con los que la gente busca acercarse a un estatus social diferente. En el clavo.

Estamos en las celebraciones del Día de los Museos y esto sirve principalmente para que muchas personas que nunca entran a estos sitios tengan una excusa para ir, algo es algo. Esta cultura del acontecimiento se hizo patente hace poco con el ochenta aniversario del Guernica de Picasso; hubo colas en el Reina Sofía para ver un cuadro que lleva expuesto veinte años. En el Louvre fui testigo de un espectáculo grotesco y revelador que al parecer se produce todos los días del año desde que abre el museo hasta que cierra sus puertas. Ocurre en el Ala Denon, en la primera planta. Allí cientos de personas avanzan apretujadas y se van abarrotando hasta llegar a una sala en la que destaca un cuadro. Una vez cerca se giran, le dan la espalda al lienzo y buscan su hueco para hacerse un 'selfie'. Al fondo, protegida por un cristal en el que rebotan los flashes que está prohibido utilizar, la Gioconda les observa con mirada indescifrable.

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