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EL CRISOL

No quiso el cielo que hablase

Marcelino Izquierdo

Viernes, 14 de abril 2017, 00:27

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(Lope de Vega)

Así glosaba el Fénix de los ingenios la vida y la obra del pintor riojano, uno de los grandes artistas del siglo XVI y el preferido por Felipe II. Nació Juan Fernández de Navarrete en Logroño, en 1538 y bautizado fue en la parroquia de Palacio. Una grave enfermedad, siendo muy niño, le dejó sordo y mudo, por lo que pronto se volcó en el dibujo. Creció entre pinceles en el monasterio de Santa María de la Estrella, en San Asensio, donde tuvo como maestro al jerónimo fray Vicente de Santo Domingo, quien aconsejó a sus padres enviarlo a Italia.

Aprendió en el país transalpino las técnicas de los grandes maestros y, en particular, las de Tiziano, lo que le valió a su regreso a España que Felipe II requiriera sus servicios en la construcción del Escorial. Encargado en un principio de restaurar obras maestras de pintores flamencos e italianos, propiedad del -mal llamado- 'rey producente', su destreza sobre el lienzo propició el encargo de las obras más importantes del monasterio, incluida su basílica.

La quebradiza salud ralentizó el ritmo del trabajo de Navarrete, quien a menudo se refugiaba en La Rioja, al cuidado de su madre, para curar los males que le aquejaban. La prematura muerte en Toledo (1579) impidió al artista logroñés completar los encargos de Felipe II, que le hubieran encumbrado como uno de los grandes del Renacimiento y como precursor del Barroco español.

La mala suerte persiguió a Fernández de Navarrete hasta después de su muerte, pues su escasa obra se vería diezmada por el incendió que sufrió El Escorial en 1671 y por los expolios napoleónicos (1808) y por las sucesivas desamortizaciones de los siglos XVIII y, sobre todo, XIX.

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