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LA EXPRESIÓN DE CAYETANO, LA HABILIDAD DE GINÉS MARÍN

BARQUERITO - CRÓNICA DE TOROS

Domingo, 26 de marzo 2017, 00:10

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La cosa estuvo al borde del precipicio. Fueron devueltos por inválidos los dos primeros de sorteo, pero devueltos después de haber pasado la aduana de dos encuentros con los caballos de pica. Cayetano se había plantado frente a chiqueros y de rodillas saludó al segundo con una larga cambiada brillante y bien volada. Tras ella, lances en la vertical de serio asiento, pero más escupidos que templados. Y enseguida un galleo deslucido por el vuelco del toro descarrilado, que, tambaleante después de la primera vara y tundido después de la segunda, levantó un revuelo de iras.

El primer sobrero dio en báscula 650 kilos. Cayetano salió a quitar a pies juntos con ganitas y calma. Ponce, que se había limitado a catarlo con el capote sin molestarlo, lo tuvo metido en la muleta con solo cinco viajes. Pareció descolgar el toro, justísimo de voluntad. Aire mansito. Ponce ligó un molinete con un cambio de mano por delante, perdió pasos por la mano izquierda, se vino abajo el toro y nada más pasó. Media estocada y descabello.

El segundo sobrero fue muy distinto de los dos vegahermosas jugados entonces de primero y quinto. Cayetano abrió faena por alto y solo los seis muletazos de apertura contaron. Una estocada tendida. Entre la orden de devolver el toro de la larga cambiada y la aparición del sobrero de Vegahermosa se pasaron diez minutos de reloj. Los areneros se lo tomaron con la tranquilidad de siempre, la parada de ocho mansos salió a darse un garbeo, el toro volvió a corrales por libre.

No llegó la sangre al río. Ya no se cayó ningún toro más. Cayetano se entregó con el buen quinto. Sin arrebatos, los riñones metidos, la figura compuesta con arrogante plástica, agitanado el dibujo del toreo al natural, ligazón en dos tandas, firmeza notoria, empaque, toreo de brazos, un desplante de singular prestancia, un rico final de frente con la izquierda, un segundo desplante, un circular cambiado antes de la igualada y una estocada que hizo rodar al toro. Toreo más de expresión que de dominio. Pero eso es parte del encanto.

Aupado a un cartel perfecto para torero aspirante, Ginés Marín vino a dejar probadas varias cosas: la primera o la última, su sitio y arrojo con la espada; la segunda su habilidad para manejarse, defenderse y pleitear con un capote y una muleta de mínimas dimensiones donde no todos los viajes ni todas las caras de toro caben, y eso se traduce en lances y muletazos de corto alcance; la tercera, su teatralidad de torero pendiente tanto de la gente como del toro.

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