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«La España despoblada es una reserva espiritual de valores perdidos y aprecio a la naturaleza»

Escritor y periodista

P. HIDALGO

Lunes, 6 de marzo 2017, 17:41

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El periodista valenciano Paco Cerdà (Genovés, 1985) echó a andar el invierno pasado un periplo de 2.500 kilómetros por la España despoblada, la asimismo conocida como Laponia del Sur o Serranía Celtibérica. Esa nada demográfica constreñida entre montañas y a merced del frío que se extiende por 1.355 pueblos de las provincias de Soria, Teruel, Guadalajara, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Segovia, Castellón y, también, La Rioja. La crónica de ese viaje, en la que da voz a esos que se quedaron descolgados de un país urbanizado a gran velocidad y que ha olvidado su origen rural, se sustancia en el libro 'Los últimos'. El Centro Fundación Caja Rioja-Bankia Gran Vía de Logroño acoge hoy a las 19.30 horas la presentación de este retrato periodístico y humano de un mundo en extinción. El volumen, publicado por la editorial riojana Pepitas de Calabaza, salió al mercado el pasado enero y ya va por su tercera edición.

-¿Qué le impulsó a emprender un periplo de 2.500 kilómetros por la 'zona cero' de la despoblación en España?

-Todo comenzó un domingo cuando en un reportaje de la prensa generalista leí la expresión 'Laponia española'. Desconocía este término y me pareció interesante. Descubrí que había algunas comarcas de la provincia de Valencia en ese mapa español de la despoblación y decidí hacer un reportaje para mi periódico, Levante, yendo a una aldea valenciana de la Laponia española. Y cuando pisé aquella aldea, me encontré con un sitio muy diferente a mi día a día, quizá el sitio más diferente a mi vida ordinaria en el que había estado jamás. Había 9 personas, muchas más farolas que habitantes. Recogí algunos testimonios que aparecen en el libro y vi que se trataba de una realidad muy dura, muy extrema, en la que las desigualdades calan muy hondo. De este modo, pensé que había una gran historia periodística que contar y muchas voces que escuchar.

-Por 'Los últimos' se pasean los moradores de esa mancha semivacía que se extiende por diez provincias y a ellos los convierte en protagonistas.

-Sí. 'Los últimos' podría calificarse como un reportaje largo. Mi propósito con este libro era dar voz, no erigirme en portavoz de nadie. Creo que todo periodista ha de intentar dar voz a aquellos que no la tienen y los habitantes del mundo rural extremadamente despoblado no tienen voz habitualmente, ni en la política ni en los medios de comunicación españoles. Así, recojo los testimonios de personas tan dispares como un prior en el monasterio de Santo Domingo de Silos, un equipo de fútbol de última categoría en Cuenca, los únicos habitantes de aldeas o pedanías, del maestro y los últimos cuatro alumnos de una escuela rural en Zaragoza que cierra por falta de escolares... Son realidades en muchos casos tristes, pero que también reflejan una capacidad de resistencia, una lucha por el territorio y la vida que suponen una lección muy importante.

-¿Qué visión le queda después de este periplo?

- Por un lado, conozco mejor el país en el que habito porque este otro país no aparece tratado de la manera en que debería y le rodean tópicos y estereotipos, que he tratado de desterrar. Por otro lado, me quedo con la enseñanza de que se puede vivir de forma muy diferente a la que impone la corriente dominante. Me quedo con los valores de resistencia, lucha, de creer en las utopías. A su vez de lamentar las desigualdades que asuelan este territorio. Me sabe mal el abandono al que es sometido y lo poco importantes que son sus vecinos para los que deciden. No obstante, he percibido la alegría y felicidad con las que muchos de ellos afrontan situaciones duras.

-¿Por qué la denominada Serranía Celtibérica acusa un vacío demográfico sólo comparable en Europa con el de la Laponia boreal?

- En España se produjo un éxodo rural masivo hacia los 60, mayoritariamente femenino. Esto desembocó en que se redujeran de forma alarmante los nacimientos. Este fenómeno ocurrió de una forma muy rápida, mucho más rápida que en otros países y a las administraciones no les ha importado la pérdida patrimonial ni el deterioro en la calidad de vida que sufren los habitantes de estos territorios tan despoblados.

-¿Cabe una esperanza de que estas zonas pervivan?

-Me gustaría pensar que esta vasta área no acabará convertida en un páramo. De momento es como una especie de reserva espiritual en la que se respiran valores que en otros lugares se han perdido, como la lucha frente a un sistema capitalista que ha convertido en consumismo todo lo que ha tocado. Los vecinos de la Serranía Celtibérica se resisten a este tipo de vidas. Han creado también una reserva espiritual de aprecio máximo por la naturaleza.

-Uno de los capítulos de 'Los últimos' lo dedica a narrar su estancia en la aldea riojana de El Collado, en la que viven sólo 4 almas sin electricidad y muchas veces aisladas por la nieve cuando arrecia el invierno. ¿Qué recuerdo le dejó?

-Fue genial. Gente como Marcos y sus tres vecinos demuestran que se puede hacer lo más impensable. Resulta admirable su capacidad de lucha y esa dignidad en perseverar en aquello en lo que creen.

-¿Qué desea que suscite la lectura de su libro?

-El fin de 'Los últimos' consiste en dar a conocer los pueblos y las personas de la España despoblada porque creo que a partir del conocimiento se llega a la empatía y tras la empatía pueden venir las soluciones a un conflicto tan complejo como es el de la despoblación. Ésta genera desigualdad y no está en la agenda de los grandes partidos, pese a que afecta a la calidad de vida de muchas personas. Se trata de un conflicto político invisibilizado, que espero haber contribuido a visibilizar.

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