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LA PLAZUELA PERDIDA

Treinta y cinco viudas y tres viudos

ALONSO CHÁVARRI

Martes, 8 de noviembre 2016, 23:32

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M i amigo Fortunato es una persona singular y tiene sus cosas, pero como él dice: ¡quién no las tiene! Hace muchos años, casi desde siempre, que se le apoda Cavila, aunque no hay acuerdo en la causa que motivó el apodo. Unos dicen que el mote proviene de un antiguo burro, al que llamaba Sinforoso y del que Fortunato decía que era un animal que cavilaba, porque siempre soltaba el ramal del clavo que lo sujetaba al suelo, mientras pastaba melgas y cardillo; otros cuentan que el sobrenombre es debido a que el propio Fortunato cavila más de la cuenta; y puede que estos últimos no anden desencaminados. Y es que mi amigo, de un tiempo a esta parte, como sucede a la mayoría de la gente de edad, duerme mal y, cuando se desvela por la noche, le da por cavilar sobre asuntos inverosímiles, pero ya digo que Fortunato tiene sus cosas.

La otra noche, en uno de sus ratos de insomnio, le dio por contar, calle por calle y casa por casa, el número de viudas y de viudos que hay actualmente en el pueblo; al día siguiente, mientras catábamos el vino de varias cubetas de los últimos años, en la bodega de Raposo, nos dio el asombroso resultado de su investigación: en la villa hay treinta y cinco viudas y tres viudos, aunque parezca un cuento de marimantas o de las benditas ánimas del purgatorio, que ahora nos las quieren cambiar -bueno, en realidad ya nos las han cambiado- por los zombis de Jalogüín.

Pasada la incredulidad inicial y tras un intento de comprobación, el asombro se apoderó de los escuchantes y se hicieron cábalas sobre el porqué de tal desigualdad.

Unos achacaban la desviación, o el sesgo, como dicen ahora los modernos, al tabaco, a que las actuales viudas no fumaban, en contraposición con sus maridos fallecidos, y ya se sabe que el tabaco mata; otros apuntaban a las diferencias propias del género, que, decían, perjudica al hombre frente a la mujer e, incluso, echaban la culpa a la testosterona, la hormona masculina. Hasta que Lisandro, que no habla casi nunca, pero cuando lo hace suele apuntar en la buena dirección, dijo que el culpable de que los hombres murieran antes que las mujeres era el trabajo, que el trabajo no era nada bueno y que con el trabajo estábamos muy equivocados, que quien dijo aquello de que «el trabajo es salud» debía de ser monje o era gilipollas -perdón por la palabra, pero es la que usó-; luego, ya embalado, siguió con que la frase «el trabajo dignifica al hombre» era una memez y un engaño, porque lo que dignificaba al hombre no era el trabajo sino el sueldo; y nos puso el ejemplo de Narciso el Poeta, que nunca había dado palo al agua e iba para los ochenta y nueve, sin dejar de dar su paseo a mediodía por la bodeguita del clarete.

Así que entre Fortunato y Lisandro... claro que los dos tienen sus cosas... pero treinta y cinco viudas y tres viudos es demasiado fuerte... En fin, voy a olvidarlo y a hacerme una calavera con una calabaza vaciada e intentaré asustar a alguno gritando «¡LAAS ÁNIMAAAAS!».

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