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EXQUISITA DELICADEZA

DIEGO MARÍN A. CRÍTICA MUSICAL

Viernes, 16 de septiembre 2016, 23:36

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Muchos han cantado los poemas de Federico García Lorca, desde Camarón hasta Leonard Cohen, pasando por Silvia Pérez Cruz y Marea, por citar cuatro ejemplos. Ainhoa Arteta ofrece su versión en el género lírico y supone una experiencia emocionante, distinta, una exquisitez que al propio Lorca llenaría de regocijo. 'La voz y el poeta' es un homenaje a uno de los grandes escritores de la historia de la literatura y ofrece un recorrido variado por su obras, desde nanas, pasando por romances, hasta canciones infantiles.

En la función ofrecida ayer en el Teatro Bretón de los Herreros de Logroño, con buena entrada, el espectáculo se hizo esperar. Las luces se apagaron y hubo una inquietante espera con el telón bajado. «¿Qué pasa?», preguntó un hombre a su acompañante mientras un coro de contagiosas toses protagonizaba la primera sinfonía. Ainhoa Arteta apareció sobre el escenario con traje blanco ceñido, un mantón y una flor en el pelo, al estilo andaluz, con fondo azul, velas encendidas incluso sobre el piano de Rubén Fernández y un gran cuadro de Jorge Cardarelli de tonos blancos y amarillos.

El recital arrancó con poemas y composiciones del propio Lorca como 'Nana de Sevilla', ofreciendo Arteta una demostración de su prodigiosa voz, así como de un piano suave. El recital fue algo delicado, para paladares exquisitos, algo también íntimo y personal. La soprano vasca dedicó la función a Áurea Ruiz, esposa del compositor Antón García Abril y fallecida recientemente. De García Abril fue la música del segundo bloque de la actuación, antes de que se escuchada la voz en 'off' de Paco Rabal recitando 'Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías'. Después se vivió la parte más intensa con la 'Canción de la madre del amargo', en la que Arteta añadió un poco de dramaturgia a su canto. La primera parte del recital finalizó con piezas breves y más vivarachas, como 'Por el aire van' y 'De Cádiz a Gibraltar'.

Para la segunda mitad, Ainhoa Arteta se vistió con un elegante vestido negro, más vaporoso, con flor en el pelo y labios color carmín y otro mantón, este oscuro. Durante esta parte, en la que la escenografía presentó otra obra de Cardarelli, ésta de tonos rojos, y un jarro de flores, la soprano se movió más, fue más teatral, más sevillana y apasionada. Incluso, con 'Zorongo', dio palmas, chascó los dedos y taconeó.

En las 'Canciones para niños', Arteta no dudó en ponerse gafas y ayudarse de un atril con las letras, incluso contó alguna intimidad, una anécdota con su hijo sobre 'El lagarto está llorando'. Y finalizó arrojando al patio de butacas una flor al acabar el repertorio con 'La canción del jinete'. Pero hubo más. Entre el público le pidieron 'Maitetxu' y ella se excusó de no interpretarla, pero cantó en euskera otra canción alegando que «es un idioma de todos». Para acabar, cantó en el patio de butacas, un regalo para verla y disfrutarla de cerca.

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