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Logran reeducar el cerebro para extirpar tumores sin perder facultades mentales

Investigadores españoles consiguen, gracias a esta técnica, todavía en fase preliminar, hacer cirugías más profundas y con mayor tasa de éxito

BORJA ROBERT

Martes, 24 de mayo 2016, 00:55

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Un grupo de investigadores del Hospital Clínico San Carlos ha logrado reeducar el cerebro para mejorar el desenlace de una cirugía con la que extraer un tumor. Mediante estimulación eléctrica han conseguido cambiar la región asociada a algunas funciones neurológicas aprendidas -como hablar o mover la mano- para así poder extirpar el cáncer sin que el paciente pierda capacidades. La técnica, que de momento está en fase preliminar, ya ha funcionado con éxito en cinco pacientes, según publicaron ayer los autores en la revista científica 'Journal of Neurosurgery'.

En el caso de los glioblastomas, cuanto más tumor se puede extraer, mayores son las probabilidades de supervivencia de un paciente afectado. «Sin embargo, las zonas elocuentes dentro de los tumores limitan hasta dónde puede llegar la extirpación y, así, afectan gravemente a los resultados finales», prosiguen. Cuando el cáncer afecta a regiones del cerebro responsables de funciones cognitivas relacionadas con el movimiento, los sentidos o el habla -denominadas 'elocuentes' en jerga neurológica-, el cirujano no puede reseccionar mucho. Se arriesga a paralizar al paciente, o a dejarlo sin capacidad de hablar o de entender lenguaje oral.

Ante esta situación, diseñaron un plan para aprovechar la plasticidad del cerebro -la capacidad de reconfigurar sus conexiones para aprender habilidades nuevas o adaptarse a circunstancias diferentes-. «Primero probamos con estimulación magnética transcraneal», explica Paola Rivera, coautora del trabajo y primera firmante. «Pero solo podíamos usarlo unos pocos minutos al día, y los efectos eran pequeños. Al doctor Bardia se le ocurrió entonces lo de la manta, que no se había hecho jamás».

El doctor Juan Antonio Bardia es el investigador principal del trabajo y la manta, una placa de electrodos que se implanta en el cerebro para dar descargas eléctricas controladas durante horas. Con ella, querían deteriorar poco a poco la zona del tumor, que afectaba a una función cognitiva, y trasladar sus capacidades a otro lugar a salvo del cáncer.

«En los tres primeros pacientes el tumor afectaba a funciones del lenguaje, al cuarto a funciones motoras y al quinto tanto del lenguaje como motoras», explica Rivera. Con todos hicieron básicamente lo mismo, aunque la investigadora aclara que fueron perfeccionando la técnica.

Tras una primera operación en la que se retira todo lo posible del tumor, siempre sin afectar a las funciones elocuentes, se les implanta la manta. Entonces empieza un proceso de erosión y sedimentación que trata de sacar una capacidad neurológica de un sitio y llevarla a otro. Poco a poco, a lo largo de varias semanas. Y eso que prácticamente todas las horas en la que no estaba descansando, el paciente estaba entrenando junto a uno de los investigadores.

Por ejemplo, con el cuarto paciente -el de la función motora- hacían un ejercicio de choque de dedos. «Tenía que tocarse las puntas de unos dedos con los otros, en orden y lo más rápido posible. Y nosotros subíamos la intensidad hasta el momento en el que perdía un mínimo de capacidad», asegura Rivera. Tal vez perdía ritmo, o se saltaba uno de los dedos de la secuencia. Ahí sabían que estaban provocando una disfunción en su capacidad motora. El resto del día, a esa intensidad, lo pasaban aprendiendo a recuperar la habilidad que tenía antes. «Pasadas 24 horas, ya era capaz de hacerlo tan bien como al comienzo del día anterior», aclara la investigadora. «Y así estábamos, diariamente, durante tres o cuatro semanas».

Al final de este periodo, podían poner la manta a máxima potencia sin percibir ningún deterioro en la capacidad motora -o lingüística, en el resto de casos- del paciente. Ahora podían volver al quirófano, operarlo y extirpar mucho más tumor sin riesgo de alterar para siempre al paciente. «En el caso del lenguaje, la función cambiaba de hemisferio», detalla Rivera. «Pero en el caso de la función motora, simplemente se desplazó a un lado». Más que viajar neuronas, explica, se amplificaron conexiones que antes eran mucho más pequeñas.

Al proceso entre la primera y la segunda intervención, a las semanas con la manta conectada al cerebro y de incansables ejercicios para mudar una función neurológica de lado a lado, lo han llamado prehabilitación. «Nos costó mucho dar con el término», asegura la investigadora, que explica que cualquiera que pase por una neurocirugía recibe unas sesiones de rehabilitación tras salir del quirófano. para mantener el máximo de sus habilidades. «Pero antes, eso no se había hecho», dice Rivera.

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