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ELOGIO DE LA INCERTIDUMBRE

FRANCISCO APAOLAZA

Martes, 2 de febrero 2016, 01:24

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En un mundo en el que los que entran en los cines ya saben si les va a gustar la película, en este paraíso de lo predecible, hubo 45.000 personas que cruzaron el mundo para ver cómo un tipo tiraba una moneda al aire. Ese fue el milagro. La 'performance'. En el corazón descabellado de una ciudad tan improbable mágica e inabarcable como la capital mexicana, en esa plaza de Insurgentes en las que se anuncian toallas Josefina que «sí secan desde el primer día», se pregonan pistachos, obleítas y merengues rosas y donde, en un palco oscuro, con las partituras colgadas de cuerditas de estopa con pinzas de la ropa, toca una banda que parece la orquesta de un presidio y que atrona pasodobles lanzados al vacío, en ese lugar excesivo y magnético se esperaba a José Tomás. Miles de tipos bebían cerveza con ilusiones y aguardaban encontrar la verdad. A veces creyeron sentirla tras las yemas de los dedos como un calambrillo, como cuando en el tercero de la tarde, llevó al toro tan despacio en los vuelos de la muleta que pareció dejarlo suspendido en el aire, intacto, enorme, quieto. O como cuando ligó tres naturales y remató atrás con un toque de muñeca tan desesperado, tan lánguido y tan largo que Elena gritó algo y a Rita se le pusieron los pelos de punta así de golpe: 'clic'. Pero la verdad no existe, ni tampoco la certeza.

El conjuro se deshizo al primer pinchazo y la tarde se volvió rara, decepcionante como esas dos mulas negras y lúgubres como de entierro que arrastran los toros en la México y que nunca rompen a galopar. El ganado fue de mal a peor y en los altos de la plaza se aventaron las broncas a Tomás, se le devolvió un toro por chico -lo nunca visto-, y se desdibujó una tarde que terminó con el triunfo de Joselito Adame, encumbrado por despecho a un español. Despeinado, serio, apaleado, José Tomás abrevió enfadado con el quinto y creyó ser más él en el fracaso que en el triunfo.

La tarde resultó lo que se esperaba de ella: un elogio monumental de la incertidumbre. Como si fueran los miembros de una secta, las 45.000 almas del Coso de Insurgentes esperaban en lo alto de una colina la arribada de una nave extraterrestre o quizás de la serpiente emplumada de los aztecas y lo que les pasó por encima a eso de las cinco de la tarde fue un avión de Iberia. Cruzó el cielo con un rugido y voló tan bajo que se le vieron hasta los remaches de las juntas de las piezas de la panza. Si vuelan a México en ese avión verán esa plaza desde arriba, vacía y descomunal. El 31 de enero la llenó José Tomás.

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