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El escritor posa con su libro en la tienda que va a ser su casa estos días.
Un escritor en el escaparate

Un escritor en el escaparate

Israel Esteban promociona su nuevo libro encerrado en un local comercial del centro de Logroño, donde vende y firma ejemplares

Diego Marín A.

Jueves, 14 de enero 2016, 20:41

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Israel Esteban es un tipo con gracia. Original. Para promocionar su primer libro, La muñeca que vio la luz del sol , se le ocurrió colgar un montón de peluches del puente de Piedra de Logroño. La razón, entonces, no pudo ser más sincera: «Esta es la única forma que tenía de que me hicieran caso y dar a conocer mi libro». Ahora cuenta con un nuevo libro, financiado, como el primero, mediante micromecenazgos.

Ya sólo la campaña de marketing en el proceso de financiación fue original: colgó una pancarta con el título de la publicación (Catorce años de silencio) en el isla del Ebro , frente al puente de Piedra, para que la gente se interesara, curioseara en internet y, así, conociera su proyecto y ayudara a costear el mismo.

Lo logró. Necesitaba 1.200 euros y sumó 1.330 euros. Pero ahora se presenta otro objetivo no menos arduo después de haber realizado la publicación: vender el libro. De Catorce años de silencio dice que es una «novela enviada desde el futuro para leer en el tiempo presente» y que, «si no sonríes una sola vez leyéndola, te devuelvo el dinero», aunque aclara que el desafío es sólo «para extraterrestres».

Su última peripecia ha sido ocupar un local comercial durante tres días para darse a conocer. Allí, en una clínica veterinaria ya cerrada, en pleno centro de Logroño (en la esquina de las calles República Argentina y Pérez Galdós), reside ya Israel Esteban. Allí dormirá, comerá y trabajará, casi como cualquier comerciante logroñés, aunque su jornada laboral sólo será pasajera.

En el pequeño local, situado en una de las esquinas más transitadas de la ciudad, ha instalado una tienda de campaña, una mesa de trabajo y un sofá para atender a las visitas. En la decoración han colaborado Don Marco, la tienda de al lado de cuadros y enmarcación, y Rodilén, con dos lámparas que conservan el precio de exposición. Ambos son comercios de familiares. Quien lo desee puede observar desde la calle a Israel Esteban escribir en su ordenador portátil como si cotejara el precio de un inmueble o un pantalón en oferta. A veces bebe agua, otras se levanta y observa la vida a través de los escaparates. Viste bata y pantuflas, como si estuviera en casa.

Algunos transeúntes miran con desconfianza lo que sucede dentro del local, que en un rápido vistazo parece que está en obras, acondicionándose para albergar un nuevo negocio. Otros se paran y curiosean unos breves segundos. Lo que hay dentro es, en realidad, un escritor en pleno proceso creativo y promocional.

«Me he propuesto vivir aquí tres días para dar a conocer todo mi proyecto», expone Israel Esteban. Es denodado, de eso no cabe duda. Hay que ser valiente, echarle un poco de morro a la vida y, sobre todo, confiar en uno mismo. «En los años 60 ya se hacía en New York, es un escaparate vivo, una especie de performance, de teatro», describe. Si alguien entra al local y pregunta, Israel le cuenta su historia. Incluso firma su libro a quien desee adquirirlo, al fin y al cabo es una especie de librería viva donde el escritor aparece para atender al lector. «Estoy abierto a todo el mundo que quiera venir», advierte. Pero si hay que ser sinceros, también confiesa que «si me traen un bocadillo, lo agradezco, porque no voy a salir de aquí y no tengo nada que cocinar».

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