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MIGUEL LORENCI
Viernes, 9 de octubre 2015, 00:54
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Madrid. «No soy un antiartista, tengo un íntima amistad con Velázquez», dice Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937), creador radical, hipercrítico e inclasificable, padre del arte conceptual en España y último ganador del Premio Velázquez. El alto galardón recayó en un creador sin obra tangible -reciente-, que jamás se ha plegado a una retrospectiva convencional, que coquetea con la invisibilidad y reivindica la inmaterialidad del arte «trabajando con códigos distintos a los habituales». «Acepto el premio y sus 100.000 euros. Me viene de perlas», dice «alegre y encantado» un 'raro' sin galería ni obra en los museos, que se gana la vida con trabajos ajenos al arte.
El Jurado destacó «su sólida y coherente trayectoria de medio siglo» y «su sobresaliente aportación al arte desde el compromiso ético, político y social», que le convierte «en un referente crítico en la escena artística contemporánea internacional». Suma el Velázquez al Nacional de Artes Plásticas que en 2007 consagraba la insólita trayectoria que le llevó a crear piezas intangibles y a poner en duda y actuar en contra de los principios mismos del arte, de su mercado y de los museos. A relacionarse más con las situaciones y la realidad que con la producción de objetos.
«No soy un antiartista», insiste, «pero trabajo con códigos distintos a los criterios generales. Hago lo que no es habitual y eso me ha granjeado ese sambenito». «No tener obras en ningún museo y en ninguna colección es una decisión personal y no significa nada», aclara. Eso sí, derrumba el mito de no haber vendido jamás una obra jamás. «¡Claro que las he vendido cuándo me ha parecido bien y me ha apetecido!».
Satisfecho con el galardón, asegura mantener «una íntima amistad con Velázquez» y moverse «por el mismo espíritu». «Como él, tengo inquietud por lo que me rodea. Si él la tenía por los reyes que pintaba, con toda la ironía del mundo, yo la tengo por lo que pasa en mi entorno», arguye. Niega que la invisibilidad sea un objetivo crucial de su obra. «Es exagerado. Hay obras visibles y visitables y otras que, por su naturaleza, no precisan exhibición. Pero existen sin estar en un escaparate», asegura. «Conservo la mayor parte de mi obra y se la enseñó a quien quiera verla, pero trabajo con lo que no está en los códigos del arte», insiste. «Mi material creativo es todo, lo que se me presente en cada momento. Veo pasar un coche y el pensamiento que genera puede ser arte. No hay materia previa, o todo es materia posible», resume.
«El arte no tiene lenguajes ni argumentos» es una de las máximas de este atípico creador, autor de películas, piezas sonoras y chocantes acciones. Cursó estudios de Arquitectura y Bellas Artes en Madrid y expuso por vez primera en 1962 -pintura abstracta- pero se ha ganado la vida «al margen del arte» a menudo remodelando viviendas y como 'negro' «escribiendo discursos para otros».
Cuando en 2009 Manuel Borja-Villel, director Reina Sofía, puso los espacios del museo a su disposición se refirió a Valcárcel como «un creador autodidacta, a caballo entre la poesía y la acción que aspira a ser inaprensible». Puso a prueba al espectador dándole tanto protagonismo como las «circunstancias», que no obras, que desplegó por el museo. No había cartelas, ni indicaciones, ni pista alguna que orientara o situara «unos poemas activos» que según Borja Villel «recuerdan a Joan Brossa y al grupo Fluxus».
Valcárcel Medina no quiere teorizar sobre sus intervenciones, sus «no exposiciones» y sus obras «circunstancia». Como su paseo perimetral por los cuatro edificios del complejo del Reina Sofía que dio en 2009. «Quiero caminar, solo caminar. Mi aspiración es que nadie pueda ver las intervenciones, pero lo cierto es que esta institución, el museo, existe; que yo también existo y que el espectador existe». «En la confluencia de estas tres existencias está todo» resumió.
Para Borja-Villel, la esencia de Valcárcel Medina está «en rechazar el arte y todo lo que se pueda convertir en mercancía». «No se queda en el evento, que también puede ser convertido en un espectáculo» asegura. La obra se transforma en «circunstancias» efímeras, fugaces e imposibles de ser aprehendidas totalmente por un espectador «que las percibe siempre como discontinuas».
Pintor abstracto en los 60, en los 70 trabajó ya con recursos no materiales y abordó intervenciones de grandes dimensiones en el espacio urbano. Implicando en los 80 en acciones protesta y con el movimiento okupa, de la propuestas «objetuales» susceptibles de ser mercancías artísticas evolucionó hacia la desmaterialización y a una actitud que «transforma la conciencia de la percepción no tanto en obra de arte sino en experiencia de arte».
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