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LOS TOROS DE LA IRA

BARQUERITO CRÍTICA DE TOROS

Miércoles, 2 de septiembre 2015, 23:44

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Los cinco primeros toros de Juan Pedro Domecq parecieron enfermos. No llegó a derrumbarse propiamente ninguno, pero pudieron haber sido devuelto a corrales los cinco. Con el mismo criterio con que se les aguantó en pista hasta cumplido el tercio de banderillas y ya hasta el arrastre. Patinazos, tumbos, tambaleos, claudicaciones, panzazos, resbalones, agónicos viajes, ningún celo. Pero, aunque parezca mentira, no se cayó la corrida. Incluso heridos a espada aguantaron en pie los cinco toros.

Los dos picotazos reglamentarios se cumplieron como meros trámites. Pero esos cinco toros, los cinco, se podían haber jugado sin picar. Las protestas fueron sonoras, El cuarto dio muestras de manifiesta invalidez, se sentó dos veces, no podía ni con su alma, 600 kilos de remolque. A los cinco viajes estaba ahogado y pidiendo la cuenta. Y entonces rompió la primera bronca de la semana.

No duró demasiado el enfado, porque Morante se encargó de asumir el papel de torero pararrayos. Hubo quienes tomaron por renuncia su decisión de ser breve en cuanto se volvieron las cartas: un segundo de corrida aplomadísimo, de incorregible desgana, y un quinto de mírame y no me toques, porque amenazaba ruina y fue, encima, toro mirón. Los dos puyazos lo dejaron tundido a pesar de no haber llegado ni a sangrar por la herida.

Manzanares tuvo dos ideas felices: irse a los medios y dejar venir al toro en la distancia. Fue una embestida cabalgadita, con ruedas. La aprovechó Manzanares a su manera: la muleta rígida en la diestra, ampulosamente, el giro casi mecánico sobre los talones, los muletazos rehilados sin solución de continuidad, compuesta la figura, el efecto especial del cambiado de remate.

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