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UNA SEVERA Y DISPAR CORRIDA DEL PUERTO

BARQUERITO - FERIA DE SAN ISIDRO

Miércoles, 27 de mayo 2015, 01:02

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El caro gusto de Lorenzo Fraile por echar en Madrid y no solo en Madrid corridas más o menos grandes pero siempre parejas se tomó un respiro. Las tradiciones están para romperse. ¿Sí o no? Seis toros de hechuras y remate llamativamente distintos. A cada uno de estos tipos diferentes vino a corresponder un particular estilo. No llegó a contar un sexto de 600 kilos que perdió las manos más de lo debido y fue por eso devuelto.

Los perfiles de los otros cinco se repartieron entre reatas, líneas y procedencias varias. Se jugaron de impares los tres cinqueños del envío, y cada uno fue de una manera. Muy en Lisardo el primero, un Gitanesco de la gloriosa reata del tabaco, de lindo tranco acompasado -el trantrán tan propio del toro bueno del Puerto-, mucha nobleza, pero bastante más nobleza que poder.

Fue un exceso el primero de los dos puyazos que tomó; después del segundo, no tan duro pero implacable, una salida flotante. Un fatigoso tercio de banderillas, tres pares de Ferrera, no pocos preparativos, los rehiletes despabilaron al toro. Con él se salió Ferrera fuera de las rayas. Tuvo trato el toro, sin golpe de riñón pero pronto, algún acostón, un par de casi sentadas. Ferrera optó por la distancia corta. No fue la mejor idea. Y antes por la mano derecha que por la otra, y tampoco esa idea. En los medios acabó el combate, en tanda de naturales descarados -los mejor ligados muletazos de tanda de toda la corrida, pero sin eco-, y enseguida, no tan por sorpresa, cantó el toro la gallina: a tablas sin disimulo. Después de la estocada, un sorprendente arreón entre fiero y dolido. Silencio. El toro se daba un aire a otros dos de El Puerto que en Valencia y en dos ferias sucesivas le pegaron a Ferrera dos graves cornadas. Hace ya unos años. Cornadas que dejaron cicatrices pero no hicieron mella.

El tercero, 540 kilos, rizadito, galope algo roto -echaba mal una mano-, fue el más corto de la corrida. Y el más caprichoso. A su aire, marcó querencia de toriles desde la primera toma, y a su aire se estuvo soltando una y otra vez. Se emperraron en picarlo en contraquerencia. De haberse atendido la voluntad del toro, el tercio de varas se habría resuelto sin tanta danza.

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