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CRÍTICA DE CINE

MEMENTO(S)

JOSU EGUREN

Domingo, 25 de enero 2015, 23:16

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Todo lo que rodea y da cuerpo a 'Still Alice' -el contexto, la escala social y la formación de los personajes- está medido a conciencia para que Richard Glatzer y Wash Westmoreland puedan modelar un melodrama sin contratiempos que avanza en línea recta expirando bocanadas de artificiosidad: ella (Julianne Moore) es una experta en neurolingüística que dicta sus clases en la Universidad de Columbia, su marido (Alec Baldwin) es un investigador tentado por la prestigiosa Clínica Mayo y sus hijos son tres joyas de las que presumiría cualquier madre orgullosa, a excepción de la interpretada por Kristen Stewart, una oveja negra que ha decidido aparcar los estudios universitarios para perseguir su sueño de convertirse en actriz.

Lo que interrumpe la felicidad de esta familia de catálogo es el diagnóstico de una forma de Alzhéimer precoz, pero lo que para el espectador puede ser un revés dramático para la película significa la oportunidad de seguir profundizando en su inanidad. Alice sufre aferrada a la imposibilidad de seguir siendo la que fue antes de que el Alzhéimer la transforme en una persona irreconocible, y la película se atreve a documentar algunas fases de una enfermedad precoz en lejana sintonía con la muy necesaria «Bicicleta, cuchara, manzana», de Carles Bosch. Los planos/contraplanos (ciegos) con su médico, casi siempre en off, son lo mejor de una película que empujada por una manipuladora partitura incidental arrastra al espectador a ese infierno en el que la emoción es producto de un bombardeo de imágenes y diálogos imperativos. Sin espacio para la reflexión sobre el peso de la herencia genética -los directores también dejan escapar las opciones de tratar cara a cara el tema de la eutanasia diferida-, el destino de 'Still Alice' queda en manos de una formidable Julianne Moore.

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