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Un hombre se encaramó ayer a la fachada del Vaticano para protestar contra una directiva comunitaria.
El Papa abomina del «alzhéimer espiritual» extendido en la Curia

El Papa abomina del «alzhéimer espiritual» extendido en la Curia

En un discurso durísimo, Francisco hace una radiografía despiadada del Vaticano y llama a una auténtica conversión interna

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ

Martes, 23 de diciembre 2014, 00:35

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La felicitación navideña del Papa a los altos cargos de la curia y luego a los empleados vaticanos fue como para que salieran corriendo y algunos se arrojaran al Tíber. La Navidad no es para Francisco tiempo de hipocresías y compadreo ficticio, sino el mejor momento para el examen de conciencia y la penitencia, así que dejó de lado el protocolo y les pegó un repaso histórico a cardenales y prelados, una feroz y exhaustiva censura de vicios sin precedentes en los últimos pontificados y que más bien tienen eco de diatriba luterana a los papas corruptos del Renacimiento. Cosas que si las hubiera dicho otro habrían sido tachadas de anticlericales. Entre las frases más duras y que lo dicen todo, la acusación de padecer un «alzhéimer espiritual».

Atacó a quienes viven «una doble vida fruto de la hipocresía típica del mediocre», a los que se convierten con los cotilleos en «homicidas a sangre fría» de la reputación de los demás, o a aquellos que se instalan en «mundos paralelos donde descuidan todo lo que enseñan severamente a los demás». No se trató de frases sueltas, como hizo en su día Benedicto XVI o sus predecesores en distintos momentos. Aquello respetaba siempre el estilo aterciopelado del Vaticano, envolviendo las puyas en folios de discurso, y luego no pasaba nada. Bergolio dedicó toda su intervención a extirpar los males de la curia y puso en fila estos pecados y enumeró quince. Se ve que en año y medio se ha hecho una idea bastante aproximada de lo que le rodea. Otra cosa es si conseguirá cambiarlo, o si ahora se redoblará la resistencia en una guerra abierta. Aumenta la expectación por su esperada reforma de la Curia, que no acaba de llegar.

Lo llamó «catálogo de enfermedades» y a medida que iba leyendo a más de uno se le haría un nudo en la garganta. Por ejemplo, hay una mención muy clara al anterior secretario de Estado de Benedicto XVI, Tarcisio Bertone, sustituido el fin de semana en el cargo de camarlengo, y que se acaba de trasladarse a su ya famoso ático de 350 metros. Consúltese, si no, el punto 13 del catálogo. «La enfermedad del acumular», y lo que dijo el Papa: «Los jesuitas españoles describían la Compañía como caballería ligera de la Iglesia y recuerdo la mudanza de un joven jesuita que, mientras cargaba un camión con todas sus cosas, maletas, libros, objetos, regalos, le dijo un viejo jesuita: '¿Y esto sería la caballería ligera de la Iglesia?'. Nuestros traslados son un síntoma de esta enfermedad».

Francisco no hablaba sólo del pasado, retrataba el presente porque su idea de la Iglesia exige una radical conversión interna como primer paso para luego dirigirse a los demás. Igual que él da ejemplo y dejó el palacio apostólico para mudarse a la residencia de Santa Marta, quiere que toda la institución sea modélica. Es consciente de que de eso depende su credibilidad y poder de evangelización. «Un miembro de la Curia que no se alimenta cotidianamente de Cristo se convertirá en un burócrata», recordó.

Patología del poder

Luego empezó el rapapolvo, a partir del «sentirse inmortal» y «superior a los demás y no al servicio de los demás», «la patología del poder». Segundo, los que «se sumergen en el trabajo» y se olvidan del descanso. Tercero, quienes «se esconden en los papeles», pasan a ser «máquinas de expedientes» y dejan de ser hombres de Dios. Cuatro, aquellos que a base de organizar todo terminan siendo «contables» y no dejan espacio «a la libertad del Espíritu Santo». Cinco, una crítica a las guerras de facciones que crean «escándalo», cuando cada uno en la Curia va por libre o quiere imponerse a las demás. Seis, el vacío espiritual de aquellos que han olvidado «su primer amor con el Señor» y «dependen completamente del presente, de sus pasiones y manías, construyen a su alrededor muros y costumbres». Siete, vivir de las apariencias, «de los colores de los hábitos» y en un «falso misticismo».

La lista sigue, en el octavo punto, con la «gravísima enfermedad» de la doble vida, quienes «abandonan el servicio pastoral y se limitan a los asuntos burocráticos, perdiendo el contacto con la realidad y las personas concretas». El noveno vicio el Papa lo ha mencionado mucho: el cotilleo y la maledicencia, «la enfermedad de los cobardes que no tienen el valor de hablar directamente y hablan a las espaldas». Diez, «los que cortejan a sus superiores para obtener su benevolencia, víctimas del carrerismo y el oportunismo», así como sus propios jefes, que adulan a algunos subordinados «para obtener su sumisión y dependencia psicológica». Once, la indiferencia hacia los demás. Doce, uno de los más afinados, la falta de buen humor entre los gerifaltes vaticanos: «Piensan que para ser serios hace falta tener un rostro de melancolía, de severidad y tratar a los demás, sobre todo a los considerados inferiores, con rigidez y arrogancia». El trece es el de las mudanzas y el catorce, muy italiano, cuando la pertenencia «al grupito» es más fuerte que a la institución. Último, el exhibicionismo de los que, con tal de figurar, «buscan insaciablemente multiplicar el poder» y para ello son capaces de «calumniar».

En el siguiente acto Francisco encontró a los empleados del Vaticano, pero les situó en otro plano. Les dio indicaciones, pero fue más amable y se dirigió a ellos en un tono más familiar, pues estaban con sus parientes. Pero fue interesante el final: «No quiero terminar sin pediros perdón por las faltas, mías y de mis colaboradores, y también por algunos escándalos que han hecho tanto mal. Perdonadme».

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