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Nereida Solo de Zaldívar (izquierda), presidenta de AFAAR, junto a un grupo de madres y padres de acogida, entre ellos, Isabel, María José, Arancha y Carlos.
La gran familia

La gran familia

La Rioja necesita al menos 18 nuevas familias de acogida, además de las 30 que ya se ocupan de menores tutelados

Jonás Sáinz

Sábado, 1 de noviembre 2014, 23:34

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Verónica, Carlos y sus dos hijos están siendo la familia de Ata (nombre figurado). Su familia de acogida en realidad: Ata, con once meses, vive con ellos desde que tenía solo dos. «En principio -cuenta Verónica- no buscábamos un niño tan bebé, pero cuando te lo proponen no sabes decir que no y ahora todos estamos encantados». El primero, Ata, a juzgar por su aspecto feliz.

Ata es uno de los diecinueve menores integrados actualmente en el programa de 'acogimiento en familia ajena' de la Consejería de Servicios Sociales del Gobierno de La Rioja. La de Verónica es una de las treinta familias riojanas con declaración de aptitud para llevar a cabo el acogimiento, y una de las veinte que está participando ya de forma activa.

En total, Servicios Sociales tutela ahora mismo a 132 menores en situación de acogimiento familiar, aunque de ellos, 103 se encuadran en el programa de acogimiento en familia extensa (principalmente abuelos y tíos de su propia familia biológica). Son diecinueve los que están viviendo con una familia de acogida ajena a la biológica: cinco en acogimiento permanente y catorce en acogimiento simple (temporal pero prorrogable, como ha ocurrido con Ata). Los diez restantes se encuentran en situación de preadopción, siempre según los datos de la Consejería.

A fecha de hoy, otros dieciocho niños menores de diez años (ocho de los cuales, menores de seis) precisan ser acogidos por familias riojanas. A falta de este todavía escaso recurso social voluntario, la alternativa de la Administración no es otra que su 'institucionalización' (en función de la edad del menor) en el Centro La Cometa, la Residencia Iregua o en un piso de acogida de la Consejería. «No debería haber ni un solo menor de seis años institucionalizado -denuncia el experto Javier Múgica-, y, en cambio, somos uno de los países europeos con mayor número de ellos».

Salir de la invisibilidad

Para «salir de la invisibilidad», para dar a conocer mejor esta fórmula y para animar a otros voluntarios, se celebró este 25 de octubre en Logroño el Encuentro Estatal de Acogimiento Familiar, organizado por Aseaf (la asociación estatal) y Afaar (la riojana). «Tenemos que salir de la invisibilidad -dijo Nereida Solo de Zaldívar, la presidenta de esta última- y convertir la acogida en una solución extensa y no minoritaria».

En representación de la Consejería asistió a la inauguración la directora general Carmen Corral, quien agradeció la generosa labor que realiza este colectivo. «Nadie debería estar indefinidamente en un centro -afirmó-. Incluso un preso sabe cuándo terminará su condena». Pero uno de los problemas del acogimiento, según puso de manifiesto Múgica, es la escasez de presupuesto destinado a fomentarlo y a hacerlo funcionar correctamente. «En España -afirmó- si hay acogimiento es de milagro».

El regalo de Ata

El milagro, sin ánimo de hacer sensacionalismo, se llama Verónica y Carlos, junto con sus propios hijos. Y se llama Ata (nombre figurado que significa ).

Verónica tiene 42 años y su marido 46. Ella es médico y él, encargado de mantenimiento de un residencia de ancianos. Tienen un hijo de catorce años y una hija de doce. Y desde hace nueve meses tienen al pequeño Ata. ¿Por qué decidieron ofrecerse como familia de acogida? «Cuando era estudiante -cuenta Verónica- visité la Residencia Iregua como voluntaria y me causó mucha impresión la sensación de abandono que percibí en aquellos niños. Después de muchos años, cuando conocimos la posibilidad de acoger, lo hablamos en familia y lo decidimos entre todos. Al principio nos daba algo de miedo pero ahora nos damos cuenta de que fue una gran idea y de que está siendo muy positivo para todos. Para el crío en primer lugar, pero también para nuestros hijos, que se están portando fenomenalmente bien y se están volcando con él como si fuera un hermano».

«Los chicos -cuenta Carlos- aprenden a entender que ellos se pueden privar de tener la X-box o lo que sea viendo que hay otros niños que por no tener no tienen ni padres, ni familia, ni una casa».

También hay malos momentos, por descontado. «Al principio fue complicado -recuerda Verónica mientras le da la merienda al pequeño-; no contábamos con un bebé. Los dos trabajamos y no disponíamos de una baja por maternidad. Pero a base de empeño y de paciencia y de colaboración entre todos sales adelante. Lo peor es la responsabilidad que sientes y la preocupación por si el crío se pone malo o por si le pasa algo; porque realmente no es tu hijo, es el hijo de otras personas».

El momento de la separación

Otro temor casi inevitable es pensar en el momento de la separación. El acogimiento es un recurso de protección para menores de edad que no pueden convivir con su familia biológica por diferentes circunstancias. No es una adopción ni un paso hacia ella. Es una medida temporal (aunque existe el acogimiento permanente y en ciertos casos el acogimiento simple se prorroga). Los menores pueden volver con su familia biológica cuando las circunstancias lo permitan y los técnicos así lo estimen, o bien pueden ser dados en adopción a una tercera familia, o simplemente pueden continuar en acogida hasta la mayoría de edad.

En el caso de Ata se trata de un acogimiento simple (comenzó siendo por seis meses) y ya ha sido prorrogado una vez. Pero Verónica y su familia son conscientes desde el primer momento de que llegará un día en que tengan que despedirse. «Sobre todo a nuestros hijos les da mucha pena. Nos dicen que le adoptemos nosotros, que no se puede ir con otra familia. Pero saben que eso no puede ser». Varios padres de acogida coinciden en decir que, «pensar en la separación te angustia al principio, pero luego aprendes a vivir el día a día». Es lo que intentan Verónica, Carlos y sus chicos. Está siendo su primera experiencia de acogida y creen que, cuando Ata se vaya de su casa, la puerta quedará abierta a otro regalo.

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