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Mujeres uniformadas clasifican en una fábrica alemana la munición capturada al enemigo.
Trincheras con nombre de mujer

Trincheras con nombre de mujer

Un estudio de dos españoles muestra cómo los políticos intentaron acabar con el movimiento sufragista para volver a la situación del siglo XIX

EDUARDO OLAVERRI

Lunes, 4 de agosto 2014, 00:55

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Más de 65 millones de soldados participaron en la primera gran guerra global de la historia. Hombres de los cinco continentes lucharon en desiertos, trincheras, bosques y mares durante cuatro largos años. Más de 22 millones personas murieron en esta reordenación sangrienta de las fronteras del mundo. Un tiralíneas que provocó la caída de regímenes totalitarios -la Rusia zarista, por ejemplo-, la aparición de un crisol de nuevos países -por la disolución de los imperios austro-húngaro y otomano- y el reforzamiento o ascensión de muchos países hacia el poder diplomático.

Una batería de modificaciones y de decisiones política que, en cambio, se olvidó de una de las partes fundamentales de la Primera Guerra Mundial: la mujer. Su papel en la contienda fue olvidado, muchas veces porque no interesaba al poder establecido y, en otras ocasiones, simplemente por desidia. «Las mujeres estuvieron en la retaguardia, pero de ningún modo en un segundo plano», explica Javier Rodríguez Torres, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha. Por primera vez en la historia y de forma generalizada, ellas se ven en la obligación de tener que ocupar los puestos de trabajo tradicionalmente destinados a los hombres. Ellas se fueron a las tiendas, los bancos, los taxis y las fábricas para ocupar el lugar de sus hombres y mantener el nivel productivo de sus países. Según el estudio realizado por el profesor Rodríguez y Graciela Padilla, miembro del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, unas 430.000 francesas y 800.000 británicas pasaron de ser amas de casa a obreras asalariadas. «Las mujeres demostraron durante la Primera Guerra Mundial que podían realizar el mismo trabajo que los hombres, desenvolverse con la misma eficacia», explica Padilla. Eso sí, sin olvidarse de que cada día tenían un trabajo que realizar en sus hogares. «Tenían que hacer verdaderas virguerías para poder mantener en orden su casa y trabajar», apunta el profesor Rodríguez. Una realidad que se repetiría dos décadas después en la Segunda Guerra Mundial. «Entonces, se contó directamente con ellas», añade.

Implicación

La implicación de las féminas en el conflicto y su equiparación con los hombres llegó a tal punto que llegaron a ocupar las trincheras. Los investigadores aseguran que unas 68.000 alemanas reemplazaron a los hombres en las trincheras; en Inglaterra, unas 80.000 mujeres se enrolaron en las unidades auxiliares de las fuerzas armadas y otras tantas como enfermeras; y en Rusia, Maria Bochkareva, 'Yashka', creó una unidad zarista con más de 2.000 voluntarias. «La guerra modificó los estereotipos de las mujeres. Ya no eran las de antes sino que representaban a nueva mujer moderna que no se limitaba a vivir en el hogar», explica la profesora Padilla.

Sin embargo, la vuelta a la paz intenta traer consigo los roles de antaño, «como si los avances no hubieran pasado». Los dirigentes políticos, más pendientes de las reconstrucciones, quisieron obviar todo lo que había pasado.«La guerra borró de un plumazo todos los avances conseguidos por el movimiento sufragista, pero no el movimiento», explica el coautor del estudio. «Incluso las mujeres tenían que abandonar sus trabajos y se hicieron leyes para fomentar la natalidad», puntualiza la profesora Padilla.

Sin embargo, se rompieron todos los moldes establecidos. «Las sufragistas británicas perdieron catorce peleas parlamentarias para conseguir el voto femenino. Pero lo consiguieron, gracias en parte al empoderamiento que lograron en la guerra», explica la profesora de la Complutense. En 1928, las británicas pudieron votar; y tres años más tarde, se daba a las españolas este derecho. «Hemos sido pioneras, a la cabeza mundial en el sufragio universal, y no se dice nunca», reclama la historiadora en el estudio.

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