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El arnedano Ángel Castillo, ayer, en su última jornada de trabajo en su taller artesanal de tapicería. ::
El último día, a flor de piel

El último día, a flor de piel

El tapicero artesano Ángel Castillo vivió ayer su último día de trabajo tras ocho décadas de oficio familiar

Ernesto Pascual

Miércoles, 1 de marzo 2017, 09:37

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Después de 37 años, el de ayer era el último día que abría sus puertas Tapizados Ángel. Aunque poco pudo trabajar Ángel Castillo, atento a las llamadas de teléfono. Por el umbral de su negocio cruzaron pocos clientes, pero sí muchas felicitaciones por la labor realizada y la recompensa de abrir la puerta de la jubilación.

El de ayer era el último día de un oficio artesanal con sello familiar que nació hace 80 años. Después de él nadie en la ciudad del calzado mantiene su particular tradición y la calidad de lo artesanal. Quienes busquen un tapizado personal tendrán que viajar a Calahorra o a Logroño, donde se cuentan con los dedos los artesanos de la piel que resisten.

Tras haber sufrido las heridas de la guerra civil española, su padre, Carmelo Castillo, se adentró en el oficio desde su experiencia como guarnicionero. «Hacía aperos para los animales del campo», recuerda. Cuando el sector ganadero comenzó a mermar en la ciudad del calzado, su padre viajó junto al hermano de Ángel al mundo del tapizado de interiores de camiones, carrocerías, y toldos.

«Entonces se acondicionaban totalmente los vehículos», describe. Trabajaron con dos carrocerías arnedanas, oficio también desaparecido en estos días en la ciudad a pesar de que llegaron a trabajar para todo el norte de España. Ángel Castillo aprendió el oficio echando una mano en el negocio familiar durante sus estudios, en los meses de vacaciones. Posteriormente y hacer el servicio militar, Ángel trabajó un par de años junto a su hermano.

Después probó durante año y medio en el mundo del calzado y finalmente se adentró por su cuenta en 1980, especializándose en el tapizado de muebles. Primero fue durante poco más de un año en un local en la avenida de Benidorm, para consolidarse después en el actual taller, en la céntrica plaza de Nuestra Señora de Vico.

Entre la satisfacción del trabajo cumplido, Ángel lamentaba ayer que sea el último relevo a un oficio artesano que no encuentra heredero. «Es un trabajo que hay que aprender con tiempo, porque tiene muchas variantes y que incluye numerosos materiales. Además, hoy en día tienes que responder a las peticiones del público, que quiere cosas que ve en Internet. Y además lo quiere a buen precio», expone.

Por todo ello y ante el dominio del diseño industrial de fábrica con materiales de imitación, Ángel agradece a quienes valoran el trabajo artesano que aprecia la calidad de los muebles. «Siento que se quite un servicio al pueblo. Lo siento, pero necesito mi tiempo», se resigna con una sonrisa. Le esperan su huerta. Y su papel dentro de las asociaciones arnedanas.

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